Artículo de Oriol Nel·lo

¿Juegos Olímpicos en el Pirineo? Depende

Los JJOO pueden ser una oportunidad, pero si sirven para fortalecer la creencia de que el único futuro posible pasa por el negocio inmobiliario, la hostelería y el esquí, más valdría que no se celebraran

La nieve vuelve al Pirineo catalán a un mes de la Semana Santa

La nieve vuelve al Pirineo catalán a un mes de la Semana Santa. /

Oriol Nel·lo

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Me han preguntado varias veces si era “favorable” o “contrario” a la celebración de los Juegos Olímpicos de invierno en el Pirineo. Siempre he contestado “depende”.

En el debate sobre los Juegos han primado aspectos como los lugares de celebración de las pruebas, la realización de una consulta o el acuerdo con Aragón... Se echa de menos una cuestión mucho más básica: ¿para qué tendrían que servir?

Para responder, hay que tener en cuenta que el Alt Pirineu y Aran sufren problemas graves. El despoblamiento acelerado del siglo pasado se ha contenido, pero sus secuelas perduran. Mientras que estas tierras representan el 20% de la superficie de Catalunya, reside en ellas solo el 1% de la población.

La economía pirenaica se sustenta hoy en el sector servicios. En todo el Alt Pirineu quedan poco más de 2.100 agricultores. La industria languidece y la ocupación se concentra en la hostelería, la construcción y el comercio. En el Alt Pirineu hay más trabajadores públicos que agricultores. Las 10 estaciones de esquí alpino, que han sido básicas para el desarrollo económico, tienen una vida precaria. La mayoría son hoy gestionadas por la propia Generalitat. A medio plazo tienen que hacer frente, además, a las incógnitas del cambio climático.

La accesibilidad hacia el llano ha mejorado gracias al acondicionamiento de las carreteras. El transporte público presenta, en cambio, graves carencias. El tren solo llega, muy precariamente, hasta la Cerdanya y el Pallars Jussà. En cuanto a los autobuses de línea, resulta más costoso viajar de Llavorsí a Barcelona que volar del aeropuerto de El Prat a muchas ciudades europeas.

Los precios de la vivienda, condicionados por la segunda residencia, resultan inasequibles, especialmente en los pueblos de cabecera del valle. La presencia de vivienda de protección oficial es muy reducida. Esto contribuye a que los jóvenes y los más desfavorecidos se concentren en las capitales comarcales. En Puigcerdà, la Seu o Tremp se encuentran áreas con índices de vulnerabilidad parecidas a los de algunas ciudades metropolitanas.

Finalmente, los espacios naturales, que constituyen un patrimonio extraordinario y prestan servicios ambientales a toda Catalunya, han sido delimitados y nominalmente protegidos. Pero los recursos que se invierten son muy reducidos. El presupuesto anual del Parc Natural de l'Alt Pirineu, que cubre una superficie de 80.000 hectáreas (8 veces el término de Barcelona), a duras penas ha superado en los últimos años el millón de euros.

Junto a estos problemas, el Pirineo cuenta con unas notables potencialidades. La creciente demanda de alimentos de calidad puede constituir la base para un renacimiento de la producción agrícola y la ganadería extensiva. La aspiración de parte de la población de residir y trabajar en territorios menos densos abre posibilidades de atraer residentes, si se extienden las redes telemáticas y se fortalecen los servicios de las capitales comarcales. El patrimonio pirenaico puede contribuir a la innovación y el desarrollo local, como muestra la experiencia del Centre d'Art i Natura de Farrera, Premi Nacional de Cultura del año pasado. Y así podríamos continuar.

Es ante estos problemas y potencialidades que, cuando me preguntan qué pienso de los Juegos en el Pirineo, respondo “depende”. Depende del futuro que a través de esta iniciativa se quiera impulsar. El Parc del Segre de la Seu d'Urgell, construido para los Juegos de 1992, así lo muestra: ha sido un éxito porque se concibió al servicio de un proyecto de ciudad ordenada, equitativa y respetuosa con el entorno.

Si los Juegos tienen que servir para disfrazar los efectos del cambio climático, para potenciar las comunicaciones en vehículo privado y fortalecer la creencia de que el único futuro posible pasa por el negocio inmobiliario, la hostelería y el esquí, considero que más valdría que no se celebraran.

Si, junto a las celebraciones deportivas, los Juegos sirvieran para fortalecer a las ciudades pirenaicas, incrementar la vivienda asequible, mejorar el transporte público y promover una gestión adecuada del entorno pienso que podrían ser una oportunidad interesante para el Alto Pirineu y el Aran.

Hasta que las instituciones nos muestren claramente en qué medida los Juegos que proyectan quieren ser una cosa u otra, la respuesta más sensata continuará siendo “depende”.

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