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La gripalización de la pandemia

Sí es conveniente que los individuos afectados por el virus mantengan las mismas precauciones sanitarias que se darían en otras enfermedades parecidas

Una persona recibe una dosis de vacuna contra el covid en Santiago de Chile en enero pasado, cuando ya empezaron a suministrar cuartas dosis de vacunas.

Una persona recibe una dosis de vacuna contra el covid en Santiago de Chile en enero pasado, cuando ya empezaron a suministrar cuartas dosis de vacunas. / Efe / Alberto Valdes

Después de eliminar la cuarentena en los contactos estrechos de positivos, a partir de este lunes, dejarán de contarse los casos de infección uno por uno y los contagios confirmados que sean leves o asintomáticos no deberán guardar aislamiento como hasta ahora. Entramos, pues, en la llamada estrategia de «gripalización» de la pandemia de covid-19 que será considerada, en palabras de la secretaria de Salut Pública, Carmen Cabezas, como «un virus respiratorio más». 

La Comisión de Salud Pública del Ministerio de Sanidad aprobó este protocolo en virtud de la elevada cobertura vacunal de la población, de la inmunidad adquirida por quienes se han contagiado, y en atención a la menor gravedad de la variante ómicron y a los datos positivos del descenso de la ocupación hospitalaria. No puede afirmarse con rotundidad que la pandemia sea una cosa del pasado, porque es evidente que sigue presente, como así ha advertido recientemente la Organización Mundial de la Salud (OMS), recordando el auge de casos a nivel mundial, las elevadas tasas de mortalidad en determinados países y el riesgo permanente del surgimiento de nuevas variantes mientras no exista una cobertura planetaria de las vacunas. Al mismo tiempo, las medidas de relajación, mientras la incidencia se ha estancado en unos 400 casos por 100.000 habitantes, han recibido críticas de algunos expertos, que ven prematura la «gripalización», temerosos de que el fin del aislamiento de positivos genere un repunte de las cifras generales como así ha ocurrido en países que las han implantado con anterioridad. 

Lo cierto es que se impone el sentido común. La población en general no se verá obligada a efectuar pruebas diagnósticas. Sí es conveniente que los individuos afectados por el virus mantengan las mismas precauciones sanitarias que se darían en otras enfermedades parecidas, como la reducción de la interacción social, el uso de la mascarilla hasta que remitan los síntomas y la ausencia de contacto con entornos vulnerables, justamente aquellos en los que las nuevas medidas tendrán menos efecto. En el caso de gente mayor, enfermos graves o mujeres embarazadas, el protocolo se relaja pero se mantienen las pruebas y, aunque sea de menos días, el obligado aislamiento, de manera especial en las residencias de ancianos y en entornos hospitalarios. 

Junto con la promesa reiteradamente repetida por el gobierno (el pasado miércoles, la ministra de Sanidad, Carolina Darias, declaró que será «más pronto que tarde») de eliminar la obligación de las mascarillas en interiores, con alguna excepción notable, este lunes se instala la percepción social de que la pandemia está superada. Reiteramos que no es así. Ejemplos como un editorial de la revista ‘Nature’ avisan del riesgo de «los planes para convivir con el virus y normalizarlo», puesto que el peligro está latente en variantes como la llamada sigilosa, que se expande con rapidez. Pero también es verdad que la sociedad (y más en los momentos críticos que vivimos a todos los niveles) necesita recuperar el pulso económico y la normalización de la vida cotidiana, sin que ello sirva de excusa, no nos cansaremos de repetirlo, para rebajar la prevención y la protección ante el virus. La responsabilidad individual es esencial para volver a la normalidad.