Décima avenida

La gripalización ya está aquí

El devenir de la pandemia ha externalizado en la ciudadanía una parte importante de la gestión cotidiana

Una niña se somete a un test de antígenos en una farmacia de Barcelona

Una niña se somete a un test de antígenos en una farmacia de Barcelona / JORDI COTRINA

Joan Cañete Bayle

Joan Cañete Bayle

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

A veces, la realidad cabe en un grupo de whatsapp. Estos días los chats de las escuelas son el vivo reflejo del impacto en la vida cotidiana de los ciudadanos de la variante ómicron del coronavirus. Los mensajes informando de positivos en clase caen como aldabonazos uno detrás de otro. Padres y madres comparten frustración y estupor. Los protocolos no están claros (¿cómo van a estarlos, si cambian más que muta el virus?) y las direcciones de escuelas e institutos deben lidiar con un sistema colapsado.

El colectivo del profesorado, que se ha visto obligado a hacer un esfuerzo organizativo ingente desde que estalló la emergencia sanitaria, es uno de los héroes ocultos de la pandemia. No goza de la buena reputación de otros y como todos los que han tenido que trabajar cara a la ciudadanía en ocasiones se equivocan, pero gestionar en estas condiciones escuelas e institutos requiere esfuerzo, trabajo y dedicación. Y paciencia, pues demasiado a menudo pagan ellos la frustración de las familias al ser el único rostro visible de un sistema de protocolos, burocracia, restricciones y normas que a cada ola se ha vuelto más incomprensible. Y ese es un problema grave: para que la ciudadanía las pueda seguir, las normas y restricciones deben ser comprensibles.

«Colapsados» es una de las palabras que más se repiten en los grupos de whatsapp de padres y madres. Están colapsadas las direcciones de los centros educativos y las farmacias (otros héroes a la sombra), y por supuesto está colapsada la atención sanitaria primaria. Están colapsadas las familias y están perplejos los niños y adolescentes, que ya no saben si mañana irán o no a clase, echando cuentas con la fecha de vacunación y cuántos meses hace que contrajeron la enfermedad. En los grupos el debate entre vacunados y no vacunados versa alrededor de si deben transmitirse por streaming las clases. Todo el mundo está hasta las narices, y no solo porque desde antes de Navidad lo de las pruebas de antígenos vía nasal es un no parar.  

Externalización

El devenir de la pandemia ha llevado a una situación en que se ha externalizado a la ciudadanía una parte importante del día a día de su gestión. Según dónde, los documentos de autorresponsabilidad alcanzan ya a las altas y bajas laborales, y decisiones importantes (entrar en confinamiento o salir de él, llevar o no a los hijos a la escuela) dependen de pruebas que se hacen a solas en casa o de parámetros tan subjetivos como si se presentan o no síntomas. Isabel Díaz Ayuso, abanderada sin complejos del «autocuidado» como estrategia ante la pandemia, lo dijo claro al presentar un sistema de videoconsulta médica: «El gran hospital de Madrid está en los domicilios de los madrileños». Y además a la gente no hay que pagarle un sueldo. La gran ventaja de Díaz Ayuso es que con ella las cosas suelen estar claras. 

La proporción entre responsabilidad individual de la ciudadanía y responsabilidad de las administraciones es una de las conversaciones que vertebran la gestión de la pandemia. La multiplicación de casos que sufrimos con ómicron ha hecho estallar las costuras no tanto asistenciales sino diagnósticas y burocráticas de nuestro sistema de gestión de la covid. Ya no se trata solo de mascarillas, distancia y manos: las tareas de la ciudadanía se han multiplicado. Así empieza la gripalización: con la gestión en casa de la enfermedad con síntomas leves hasta que caemos tan enfermos que es obligatorio que nos vea el médico. 

Suscríbete para seguir leyendo