Ágora | Artículo de Pau Gonzàlez

Educar en el diálogo y en el don de la oportunidad

Catalunya necesita cambios en la educación, pero no una 'conselleria' impermeable al resto de los actores de la comunidad educativa

Huelga de profesores: manifestación frente a la Conselleria d'Educació en Barcelona

Huelga de profesores: manifestación frente a la Conselleria d'Educació en Barcelona / Captura vídeo Ricard Cugat

Pau Gonzàlez Val

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Nuestro sistema educativo, sobre el que se sustenta buena parte de lo que queremos que sea nuestra sociedad, libre, crítica, democrática, inclusiva... es un sistema rico y complejo con un protagonismo múltiple. Es demasiado importante como para no compartirla. El alumnado, en el centro de todo, las familias, los claustros, los equipos directivos, el personal no docente, los ayuntamientos y mundo local, la Generalitat, conforman un sistema que cuando funciona bien logra grandes hitos. Pero para que esto pase hace falta siempre, sobre todo para quienes tenemos responsabilidad de gobierno, humildad, empatía, reconocimiento y escucha, además de ideas y voluntad de transformación y mejorar. Este es el punto de partida, entender el contexto, entender en qué momento se encuentra la comunidad educativa, escuchar y actuar de forma oportuna y compartida.

Esta actitud gobernante es y tiene que ser válida siempre, pero toma una especial relevancia cuando apenas hace dos años tuvimos que cerrar las escuelas por el covid-19 y reinventar la educación sin las herramientas, el tiempo y los recursos suficientes. Y de esto hace 2 años, pero nos ha acompañado durante dos de los cursos más difíciles de nuestras vidas. Todavía no hace ni un mes que sufríamos por la oleada causada por la variante ómicron que impactó de pleno en las escuelas. Para ponerlo en situación, en Barcelona, más de la mitad de la plantilla de las educadoras de las ‘escoles bressol’ municipales han tenido que coger la baja por covid durante la sexta ola en el poco más de un mes que duró. Es solo un dato de contexto, que ayuda a entender la magnitud de lo que en las escuelas más que oleada fue un tsunami, y aprovecho estas líneas para agradecer públicamente, como he hecho en diferentes foros, el esfuerzo de todo el mundo.

Ahora debemos cuidar la educación como pieza fundamental de construcción de una sociedad más justa y libre. Tomar el pulso de cómo estamos todos y todas, digerir todo lo que hemos pasado estos dos años y, sobre todo, poner los recursos suficientes para atender las diferentes necesidades emocionales y de salud mental tanto del alumnado como de gestión de los propios equipos educativos. Más todavía si tomamos algo más de distancia y analizamos con una mirada algo más larga: la pandemia llega cuando en Catalunya no nos habíamos recuperado de los recortes y la crisis anterior.

En este momento de agotamiento físico y mental de toda la comunidad educativa, cuando lo que hace falta es reposar y trabajar codo a codo, ha faltado por parte del ‘conseller’ Gonzàlez-Cambray capacidad de escucha, de análisis y vocación de construcción colectiva de las políticas. Seguro que hay que rehacer los calendarios, trabajar un nuevo currículo o conjurarnos por el catalán en las aulas, por poner algunos ejemplos. Pero no puede ser que por la prensa nos enteramos de la gota que ha hecho derramar el vaso de la paciencia de todo el mundo: cambios inmediatos que no han sido consensuados con nadie ni tienen en cuenta las singularidades de cada etapa educativa. Un nuevo calendario que preveía tardes sin clases todo septiembre, con un improvisado sistema de actividades extraescolares de mínimos y comedores para intentar contener el desastre en las desigualdades y que, seguro, acabará suponiendo más trabajo a unas asociaciones de familias, centros, ayuntamientos y Consells Comarcals a los que nadie ha preguntado.

También nos encontramos, en el marco del debate parlamentario de presupuestos, un anuncio de supuesta gratuidad del curso de 2 a 3 años que ni es gratuita para las familias ni reconoce el protagonismo del mundo local al reforzar y cuidar la educación infantil del 03 (cuando la Generalitat se desentendió durante casi dos décadas de la financiación de las ‘escoles bressol’ dejando solas a las familias y ayuntamientos) ni tenemos los detalles de funcionamiento ni capacidad para prepararlo en solo un mes y medio antes de las preinscripciones de ‘escoles bressol’.

Decía al principio que la educación es demasiado relevante cómo para no compartirla, y esto es justo lo contrario de lo que está haciendo la Generalitat. Después de la pandemia, es imprescindible una etapa de tranquilidad, de estabilidad, de recuperación y, sobre todo, de consensos. Y en esto, en Catalunya, parece que seguimos en proceso de logro, para decirlo en el también nuevo argot.

Catalunya necesita una educación adaptada en el siglo XXI, que acompañe las personas en su proceso de crecimiento tanto personal como competencial y académico. Catalunya necesita una educación mejor, que ponga recursos en el despliegue de herramientas clave como es el decreto de Educación inclusiva. Catalunya necesita cambios en la educación. Esto no lo niega nadie, al contrario, porque lo creemos, apostamos e invertimos también desde el Ayuntamiento siguiendo la mejor tradición educativa histórica de la ciudad de Barcelona en la apuesta por la educación pública y la renovación pedagógica. Pero lo que Catalunya no necesita es un departamento impermeable a todo el resto de los actores de la comunidad educativa. Necesitamos consensos; ni improvisaciones ni prisas.

No es solo el cambio por cambiar. Además, hay que poner los recursos necesarios y también hay que tener el don de la oportunidad. Actualmente, habría que reposar los cambios para poder construirlos cómo corresponde: en comunidad. Probablemente si no minusvalorásemos la filosofía, relegándola del currículo, todo esto funcionaría algo mejor.

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