APUNTE
No, no fue un partido de Champions
Albert Guasch
Periodista
Ahora da gusto ver el Barça. Vale la pena hacerse el remolón, excusarse con algún malestar gástrico, ante una convocatoria para una cena fuera de casa en caso de coincidir con un partido de los azulgranas. Hasta hace relativamente poco, esto no era así. Con otros entrenadores, un partido del Barça podía asemejarse a una película plúmbea, rollo Dogma y tal. No hacía falta sacrificar planes sociales, enojar a nadie. El cambio de expectativas es un mérito indudable de Xavi y también de todos aquellos que han intervenido en reforzar la plantilla en enero.
Aun así, ayer hubo que hacer notables ejercicios de estimulación para resistir el partido ante el Galatasaray. Abofetearse un poco la cara, pincharse el muslo, decirse: ‘va, venga, va…’ Después del soberbio banquete del Bernabéu, esto de ayer de la Europa League pareció arroz hervido, pasta pasada, verdura sin sal. Salió el equipo azulgrana como si fuera consciente de jugar una competición menor, una sensación subrayada por tantos cambios en la alineación. Su puesta en escena resultó sosa, indigerible.
La caída del PSG
Un espectáculo tan apelmazado prolongó la ensoñación de la Champions de 24 horas antes, regodeándonos con la eliminación de ese antipático engendro de petrodólares y ‘petrodolores’ que es el PSG, cuya desgracia nos distrajo de los cantos a la gloria madridista y el dichoso gen.
De esa eliminatoria uno solo lamenta el hundimiento de Leo Messi. No tanto por el resultado como por el hecho de verificar que ya ha perdido un par de marchas. Duele constatar que ni su genio es eterno, maldita mortalidad. No molesta, en cambio, descubrir la frustración arrogante del jeque Al-Khelaifi, villano del fútbol, al que siempre habrá que agradecer que nunca cediera a las pretensiones megalómanas de Bartomeu de recuperar a Neymar, una caricatura de sí mismo el brasileño. Cómo sería de profundo, todavía más, el hoyo económico.
Proceso no tan rápido
No, no se vio un juego de Champions en el Camp Nou. Tardó en animarse el Barça y desprenderse del fútbol funcionarial que desplegó sobre el césped desde el inicio. Con los cambios de la segunda parte se recuperó un poco el ritmo vivo. Solo un poco. Adama fue el único que agitó a unos jugadores azulgranas muy estáticos, aunque se hartó tanto de regatear como de centrar a ninguna parte.
Pero en general quedó la sensación de una recaída, que el catarro no está curado del todo. Quien creyera que la línea ascendente era ya la única posible, descubrió ayer que no va por ahí la cosa. La madurez futbolística es un proceso progresivo con cortes de luz ocasionales. Ante el Galatasaray tanteó demasiado rato en la oscuridad.
Es evidente que si algún aficionado canceló a última hora alguna cena animosa para ver esperanzado el encuentro, se equivocó. No siempre se acierta. Quizá en la vuelta recupere el Barça el estilo Champions. Es el jueves. Aunque tras lo visto ayer, se entiende que se organicen planes alternativos
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