Divorcio energético a la vista
Tras la agresión a Ucrania, existen indicios razonables de que la guerra podría remodelar los flujos y mercados energéticos europeos
Mariano Marzo
Catedrático emérito de la Universitat de Barcelona (Facultat de Ciències de la Terra).
Mariano Marzo
La seguridad de suministro energético es el talón de Aquiles de la Unión Europea (UE). No en vano en 2019, salvo Dinamarca, los restantes Estados miembros eran, en mayor o menor grado, importadores netos de energía, de modo que la tasa de dependencia energética de la UE se situaba en torno al 61% (frente al 56% en el año 2000).
Según Eurostat, en 2019, las principales importaciones energéticas de la UE fueron el crudo y los productos petrolíferos, que representaron casi dos tercios de las importaciones, seguidos por el gas natural (27%) y el carbón (6%). Obviamente, en el caso de que una elevada proporción de tales importaciones se concentren en relativamente pocos proveedores externos, la seguridad del suministro energético puede verse amenazada. Y esto es precisamente lo que sucede con los tres combustibles fósiles citados, que en conjunto representan el 71,3% del total de la demanda de energía primaria de la UE. Así, en 2019, casi dos tercios de las importaciones extracomunitarias de petróleo crudo procedieron de tan solo 6 países: Rusia (27%), Irak (9%), Nigeria y Arabia Saudí (ambos 8%) y Kazajstán y Noruega (ambos 7%). En el caso del gas natural, casi tres cuartas partes de las importaciones provinieron de 4 países: Rusia (41%), Noruega (16%), Argelia (8%) y Qatar (5%). Y por lo que se refiere al carbón, más de tres cuartas partes de las importaciones procedieron de 3 países: Rusia (47%), Estados Unidos (18%) y Australia (14%).
De todos estos datos se desprende, con meridiana claridad, la preocupante dependencia que la UE tiene de las exportaciones rusas en materia energética. Sin embargo, tras la agresión a Ucrania, existen indicios razonables de que esto podría empezar a cambiar y la idea de que la guerra podría remodelar los flujos y mercados energéticos europeos gana terreno.
La vieja relación energética entre la UE y Rusia parece condenada a un divorcio inevitable. Una relación que había sobrevivido a la invasión soviética de Checoslovaquia, la ocupación de Crimea y multitud de otros incidentes, que no impidieron que la UE siguiera abasteciéndose de hidrocarburos rusos. Pero, ahora, la voluntad europea de reducir su dependencia de Rusia parece haberse fortalecido y, en este sentido, la señal más clara es la lanzada por Alemania. En una semana, este país detuvo la construcción del gasoducto Nord Stream 2, anunció una inversión en dos terminales para importar gas natural licuado y se comprometió a aumentar sus reservas estratégicas de gas y carbón. Al mismo tiempo. las grandes compañías occidentales de petróleo y gas están abandonando Rusia una tras otra. Una sucesión de acontecimientos muy significativa, sin duda.
Por otra parte, la UE está apostando fuerte por su Pacto Verde. El proyecto para transformar en varias décadas el sistema energético europeo contiene propuestas de política exterior. Pero, ahora, estas se ven de manera diferente: el ministro de Finanzas alemán ha empleado el término "energía de libertad" para referirse a las renovables y otras fuentes autóctonas, un giro notable para un país que hasta hace nada veía el comercio de gas con Rusia como un medio para construir la paz. La posibilidad de que Rusia participe en este nuevo sistema energético parece lejana en este momento y dicho país corre el riesgo de quedar excluido de la transformación energética europea. Rusia puede seguir siendo una superpotencia energética pero la UE, en lo que a ella concierne, quiere reducir el período de vigencia de este calificativo.
En cualquier caso, convendría no olvidar que, aunque la UE y Rusia se encaminen a un divorcio energético, todavía dependen el uno del otro. La mayoría de las exportaciones de los hidrocarburos de Rusia se dirigen a la UE y, hoy por hoy, esta no puede vivir sin el gas ruso. En la vorágine de la guerra parecen posibles acontecimientos previamente inimaginables: un embargo occidental a los suministros energéticos desde Rusia o un corte, preventivo o de represalia, por parte de este último país. De modo que mientras el panorama a largo plazo va definiéndose, lo que sucederá en los próximos cinco días, cinco meses e incluso cinco años, resulta incierto.
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