James Joyce: Los muertos y la vida

El dos de febrero de 2022 se cumplió el centenario de la publicación de 'Ulises', pero muchos años antes, en 1905, Joyce ya intentaba publicar otra obra que además estaba íntimamente relacionada con su novela más famosa, ya que algunos de sus personajes aparecerían como secundarios.

A pesar de tener una historia llena de vicisitudes (el libro tardó casi diez años en publicarse, después de que Joyce lo presentara 18 veces a 15 editores diferentes, que lo trataron de formas diversas: desde intentar eliminar algún cuento a incluso quemar el manuscrito) 'Dublineses' es una recopilación de cuentos genial, de aquellos a los que apetece volver de vez en cuando.

Y dentro de 'Dublineses', 'Los muertos', que posiblemente sea uno de sus cuentos más conocidos. Ya desde el inicio, la narración contrasta con el título: una fiesta alegre, bailes, canciones junto al piano mientras nieva en la ciudad, y el punto de vista, como en un baile, danzando en círculos, yendo y viniendo brevemente de otros personajes a Gabriel, el protagonista, que durante toda la noche que dura el cuento pasa una y otra vez por un estado de preocupación (por la respuesta seca de Lily, por las provocaciones de Miss Ivors) a uno de alegría (por trinchar el ganso de la cena, por el pequeño éxito de su discurso), todo mostrado de una manera engañosamente trivial.

Y entonces, el momento clave en el que todo se detiene, y un mismo hecho afecta a dos personajes de una manera igualmente poderosa, pero totalmente distinta. Gabriel ve a su mujer, Gretta, escuchando una canción lejana con una “actitud de gracia y misterio, como si fuera el símbolo de algo”, y siente un arrebato de amor y deseo hasta que ella, un rato más tarde, le confiesa que esa misma canción le ha entristecido porque le recuerda un primer amor, un “chico delicado” que cree que murió por ella. En 'Los muertos' cabe todo, la vida y la muerte, el paso del tiempo y lo que dejamos atrás, y toda la nieve de Dublín.

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