Ágora

Combatir la ecoansiedad

Solo pensar en garantizar la oferta de recursos sin repensar la demanda es una ofensa a las futuras generaciones

Protesta COP26 en Glasgow

Protesta COP26 en Glasgow / PA WIRE / DPA / ANDREW MILLIGAN

Desirée Knoppen

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La transición energética promete disminuir nuestra dependencia de los fósiles que nos han permitido obtener unos niveles de vida sin precedentes, aunque a coste de la salud planetaria y la igualdad social. Pero de momento dependemos fuertemente de los fósiles como el disparo de la factura de la luz y la consecuente escasez de diversos bienes y alimentos demuestran. La inflación en los países ricos no ha sido tan alta en los últimos 25 años, apuntando a que la brecha social solo se exacerbará más. 

Esta dependencia de los fósiles no irá a menos rápidamente ya que la electrificación con renovables solo se aplica para una parte muy limitada de todas las demandas energéticas. Por ejemplo, los procesos productivos que implican temperaturas elevadas (acero, vidrio, cemento), la maquinaría pesada y el transporte aéreo/marítimo se basan en las prestaciones superiores de los fósiles. Consecuentemente, los planes nacionales presentados en la cumbre climática COP26 apuntan más a una estabilización que a una reducción de las emisiones para 2030.

Además de nuestra necesidad energética y de su impacto en el calentamiento global, observamos que nuestra necesidad material se ha disparado tanto que cada vez hay menos lugares del planeta que dejamos en paz. Para la producción de las infraestructuras renovables se está hablando de minar por debajo del lecho marino, ya que varios minerales han superado su pico de extracción. Si añadimos el agua a la lista de recursos indispensables, vemos por ejemplo que nuestra necesidad de algodón implica que se está cambiando el curso del agua conllevando una desertificación grave en varias zonas del planeta. Y finalmente, podemos añadir el suelo a la lista de recursos que merecen una mayor consideración. Por ejemplo, los macroparques de las renovables amenazan la actividad agrícola en el país. 

Con este panorama, y con la publicidad groseramente infantil sobre lo verde, no es una sorpresa que el ciudadano empiece a sufrir de ecoansiedad. Que nuestros líderes se pongan el pin con los 17 colores de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) es un buen inicio, pero la voluntad tiene que verse traducida sin más dilaciones en un plan de cambio holístico y drástico. Solo pensar en garantizar la oferta de energía/materiales/agua/suelo, sin repensar radicalmente la demanda de ello es una ofensa a las siguientes generaciones. ¿Por qué no se cuestiona nuestro modelo de vida que ha disparado el consumo de todo tipo de recursos escasos? Mostraba una reciente investigación (Pew Research) que el 80% de los ciudadanos de todo el mundo están muy preocupados por el cambio climático, tienen poca confianza en los esfuerzos actuales por resolver el problema, y están dispuestos a hacer sacrificios para solucionarlo. Repito: están dispuestos a hacer sacrificios. ¿Los planificamos o dejamos que nos sobrevengan las consecuencias?

Es la hora de dejar atrás las soluciones de parches. El Foro Económico Mundial acaba de publicar que 12.000 líderes de 124 países perciben que en el 'ranking' de todos los posibles riesgos (de índole económico, medioambiental, geopolítico, social, tecnológico), los medioambientales ocupan los primeros tres puestos. Klaus Schwab, el fundador del Foro ya lo decía en pleno arranque de la pandemia: ”Now is the time for a great reset of capitalism” (ahora es el momento de un gran reinicio del capitalismo). ¿Señalaremos al elefante en la habitación?

Suscríbete para seguir leyendo