Desobediencia

El Parlament, abonado a la derrota

Cuesta ver en qué beneficia al movimiento independentista la suma de fracasos, excepto para quienes creen en el efecto enardecedor del victimismo.

La presidenta del Parlament, Laura Borràs, i el diputat de la CUP i secretari tercer de la Mesa, Pau Juvillà, a l'inici del ple del Parlament del 14 de desembre de 2021

La presidenta del Parlament, Laura Borràs, i el diputat de la CUP i secretari tercer de la Mesa, Pau Juvillà, a l'inici del ple del Parlament del 14 de desembre de 2021 / ACN

Jordi Mercader

Jordi Mercader

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El mundo pendiente de Putin y Biden y el Parlament obsesionado en su guerra con el Tribunal Supremo, buscando una nueva derrota que permita mantener viva la llama de la represión. El episodio provocado por la inhabilitación del diputado de la CUP, Pau Juvillà, se presenta como un intento de evitar un desenlace idéntico al que supuso la pérdida de la presidencia por parte de Quim Torra y es claramente un ensayo general del caso Laura Borràs que viene anunciando que a ella no le sacarán de la presidencia los jueces españoles.

En el caso Torra, el Tribunal Supremo tardó 20 días en rechazar el recurso de la cámara y situar a la presidencia del Parlament frente a la opción de la desobediencia y la consiguiente inhabilitación. Ya sabemos cómo acabó. Resulta difícil imaginar un desenlace distinto, lo que hace todavía más absurda la insistencia de la Mesa en recorrer el mismo camino. Una manera como otra de abonarse a la derrota por parte del Parlament. Y cuesta ver en qué beneficia al movimiento independentista la suma de fracasos, excepto para quienes creen en el efecto enardecedor del victimismo.

La batalla actual se libra con la misma argumentación que las pasadas y las futuras refriegas contra la Junta Electoral Central. En esencia, una verdad y dos mentiras. La verdad es que sorprende que la inhabilitación pueda aplicarse antes de una sentencia firme, sin embargo es indudable que la doctrina del TS avala a la JEC y modificarla queda fuera del alcance del Parlament. Las dos mentiras son las de siempre: el Parlament no tiene soberanía (podría tenerla, tal vez debería tenerla, pero no la tiene a día de hoy) y los cargos públicos no tienen derecho a utilizar sus despachos oficiales y las sedes institucionales como vallas publicitarias de sus objetivos políticos y menos en época electoral. A veces uno piensa que de ser los dirigentes independentistas tan osados y valientes como hábiles en gestionar la falsedad que ellos creen útil, Catalunya estaría sentada ya en la ONU. 

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