Imputación

Colau o por la boca muere el pez

Como el código ético de la alcaldesa exige dimitir, tras ser imputado, sus adversarios le piden que dé ejemplo. Es lo que ocurre cuando acabas por ser víctima de tu propio celo

Ada Colau durante una rueda de prensa

Ada Colau durante una rueda de prensa / Quique García/EFE

Sergi Sol

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Pues claro que la alcaldesa Ada Colau no va a dimitir pese a la imputación por malversación. Como tampoco dimitió, por un asunto más turbio, la alcaldesa de l'Hospitalet, Nuria Marín. También imputada. Y también merecedora de presunción de inocencia como ha recordado Jaume Collboni, aspirante 'in pectore' al trono de Colau.

Como su código ético (el de Colau, no el de Collboni) exige dimitir tras una imputación, sus adversarios le piden que dé ejemplo. Normal, es lo que ocurre cuando acabas por ser víctima de tu propio celo, al punto que se lleva por delante la presunción de inocencia. Colau no dimitirá porque hacerlo sería tanto como admitir su culpa y, mientras no se demuestre lo contrario, es inocente y no va a renunciar a seguir sosteniendo la vara de alcaldesa. La misma que, tras ser superada por Ernest Maragall, tampoco dudó en retener recurriendo a los votos (‘fondos black’ les llamó) de aquellos a los que repudió en cualquier circunstancia. Si entonces sus palabras fueron agua de borrajas, ahora su vehemencia ética también.

Si entonces priorizó seguir en plaza de Sant Jaume, con mayor motivo no va a renunciar ahora por un compromiso que, de materializarse, podría ser manifiestamente injusto. Por mucho que fuere no solo un compromiso bendecido, entre otros, por su formación política. También un alarde de maneras ostentoso.

En su día, la dimisión preceptiva por una imputación por corrupción pretendía lidiar con el incremento escandaloso de cargos públicos (sobre todo del PP) procesados y que permanecían en el cargo. ¿Tenía sentido? Pues probablemente sí y visto con los ojos pueriles del que nada había gestionado, sin duda.

Lo que no quita una verdad sucinta. Todo ese proceder ejemplarizante se ve meridianamente claro cuando se exige al prójimo, más si este es un adversario con la mancha de la sospecha. Pero aplicarse el cuento a uno mismo es harto difícil. Además, qué duda cabe que el equipo de Colau -en lo que a subvenciones se refiere- quiso ayudar a aquellos que creía debían ser ayudados -por necesitados- con el manto del dinero público. No les quepa la menor duda que, sin ironía alguna, así es.

Cualquier chequeo escrupuloso es susceptible de generar dudas. Y cualquier denuncia tiene la posibilidad de parecer certera. Estos días lo vemos en los relevos en la dirección de los Mossos. Mucho ruido y pocas nueces. Además, el acoso -mediático y, en particular, judicial- se ha multiplicado en España con el uso y abuso de la acusación particular. A menudo, también, con promotores especializados e intereses propios u opacos, ahí está Vox o Manos Limpias. Aunque cabe decir, para ser justos, que de esa prerrogativa también ha sacado tajada la izquierda más extrema. Y claro, donde las dan, las toman.

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