Geopolítica

Ucrania, piedra de toque de la seguridad europea

El órdago de Rusia pretende que la OTAN se desdiga de su oferta para integrar a su vecino

Un miembro de las fuerzas armadas de Ucrania, en posiciones de combate, en la región de Donetsk

Un miembro de las fuerzas armadas de Ucrania, en posiciones de combate, en la región de Donetsk / REUTERS / ANNA KUDRIAVTSEVA

Jesús A. Núñez Villaverde

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Ucrania no solo se está jugando estos días su futuro como Estado soberano, sino que cabe verla como la piedra de toque para calibrar la voluntad de actores mucho más poderosos. Por un lado, la de Rusia, empeñada por todos los medios a su alcance en evitar que su vecino se integre definitivamente en las filas del bando occidental. Y, por otro, la de Washington y Bruselas no solo por impedirlo, sino por responder al ultimátum lanzado por Moscú para configurar un nuevo orden de seguridad en Europa. Un órdago que pretender lograr que la OTAN se desdiga de su oferta por integrar algún día a Georgia y a Ucrania (aprobada en la Cumbre de Bucarest, de 2008), certifique que no sumará ningún nuevo miembro entre los países vecinos a Rusia y renuncie a desplegar en sus proximidades tropas y armas que Moscú perciba como amenazas a su seguridad.

A la espera de que el próximo día 30 la administración de Joe Biden responda por escrito a las demandas de Vladimir Putin cabe especular sobre lo que ocurrirá a continuación. Así, cabe desear, por ejemplo, que nadie se atreva a violar la legalidad internacional ni opte por la fuerza para imponer su dictado; olvidando que Rusia ya lo ha hecho directa e indirectamente desde 2014, con Crimea y el Donbás como muestras bien evidentes. También se puede soñar con que Ucrania rompa la dinámica de tensión creciente, declarándose país neutral y, por tanto, eliminando uno de los principales argumentos que Moscú emplea para justificar su actual escalada. Igualmente, también cabría autosugestionarse, fantaseando con la idea de que todos los actores implicados en el conflicto acabarán abrazando la causa de la paz y se comprometerán a resolver sus diferencias sentados a una mesa, como si la violencia no estuviera presente desde hace años.

Pero si se analiza la situación con ambos pies en el suelo, todo parece indicar que el proceso va en una dirección muy distinta. Ucrania es una casilla del tablero de seguridad europeo que Moscú no puede perder bajo ningún supuesto, tanto por la importancia de Sebastopol como cuartel general de su flota del mar Negro como por la vulnerabilidad que supondría para Rusia si esa casilla pasa a las filas de la OTAN. Estados Unidos, por su parte, no va a satisfacer las demandas rusas- y mucho menos por escrito-, no solo porque eso supondría hipotecar la soberanía ucraniana sino porque equivaldría a confirmar que Moscú tiene derecho de veto sobre las decisiones de política exterior y de seguridad de la mitad oriental del continente europeo. Si a eso se suman las claras diferencias de opinión que hay en el Occidente colectivo (como se conoce en la jerga moscovita a EEUU-OTAN-UE), con notables desacuerdos sobre la posible respuesta a una hipotética invasión rusa de Ucrania, solo cabe suponer que Putin mantenga su rumbo.

Un rumbo que, en todo caso, no apunta a una invasión en toda regla. Rusia no la necesita para, al menos, conservar su capacidad para bloquear cualquier deriva ucraniana contraria a sus intereses. Un ataque masivo supondría empantanarse en un escenario hostil, para cuyo control necesitaría no menos de medio millón de efectivos desplegados, sin garantía ninguna de éxito. Implicaría, asimismo, la activación de sanciones económicas más duras de las sufridas hasta ahora, agravando una situación de malestar interno que tiende a empeorar.

A partir de ese mero cálculo, lo más probable es que Putin apunte en la dirección en la que, inconscientemente o de manera muy perversa, le está señalando la Casa Blanca. Los mensajes estadounidenses aireados hasta ahora dan a entender que solo una invasión masiva supondrá la aplicación de muy duras sanciones. Traducido a la inversa parecen indicar que acciones militares de alcance limitado no llevarán aparejada una seria respuesta occidental, ni económica ni, mucho menos, militar. De ahí que intervenciones militares rusas como ciberataques, desinformación a gran escala, refuerzo de posiciones en Crimea y en el Donbás, o incluso incursiones de unidades terrestres para volver a controlar la zona de Mariupol, lo que le permitiría asegurarse un corredor terrestre desde territorio ruso hasta Sebastopol, se hacen aún más probables. ¿Dónde está la UE?

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