La ley electoral y las carencias catalanas
Josep Maria Fonalleras
Escritor
Hace más de 40 años que, pudiéndola tener, Catalunya no dispone de una legislación electoral propia. Es una carencia notable que, de hecho, sirve también de epifonema, sentencia y resumen de lo que ha sido la política catalana desde 1979, cuando se aprobó el Estatut, y desde 1980, cuando Pujol fue presidente. En aquel oasis catalán, que no era sino un espejismo de intereses, no había manera (tampoco la hay ahora) de ponerse de acuerdo para establecer las reglas del juego. Los partidos electorales se juegan según condiciones ajenas, pero aceptadas. Qué remedio, si no hay suficiente margen para discutirlas. Catalunya es un país pequeño que bien podría ser una circunscripción única, pero entonces lo que llamamos "territorio" (como si el resto no lo fuera) sufriría un déficit de representación. Pero si se premia el voto periférico, entonces hay suspicacias y reyezuelos que hacen la suya y notables desniveles entre los votos acumulados y los escaños que les corresponden.
La ley electoral (dinamitada sobre todo por CiU, en su momento) es una piedra de toque que mide la calidad del sistema democrático. Seguro que existen soluciones mixtas y autóctonas. Tan seguro como que no quieren encontrarlas.
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