Matar a los hijos

‘Vicaria’ no es la palabra

Cada persona muere en sí misma, y esa dignidad suprema no se le puede arrebatar ni contextualizar. La vicariedad contiene una agresión verbal adicional a la víctima del asesinato

Peluche abandonado

Peluche abandonado / Trym Nielsen | Unsplash

Matías Vallés

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La cosa es el nombre de la cosa. Adoptada seguramente con la mejor de las intenciones, “violencia vicaria” es una expresión desafortunada si determina el asesinato de un hijo a manos de un maltratador. Cada persona muere en sí misma, y esa dignidad suprema no se le puede arrebatar ni contextualizar. Tampoco cabe una delegación, de acuerdo con la definición de ‘vicario’ que plasma el Diccionario, “que tiene las veces, poder y facultades de otra persona o la sustituye”. La vicariedad contiene un enfoque denigratorio, una agresión verbal adicional a la víctima del asesinato.

No hay muertes por sustitución, de acuerdo con el concepto acuñado en los crímenes de género para encajar la “violencia vicaria”. El término concebido para reforzar las atrocidades machistas efectúa en realidad una concesión al asesino, le otorga nada menos que la definición de su conducta y la categoría que corresponde al asesinado. Y por estrecha que sea la ligazón maternofilial en los casos contemplados, se lleva el vínculo más allá de la propiedad. Un niño vivo puede requerir una tutoría, un niño muerto es absolutamente dueño de sí mismo, parece curioso defender aquí un amor no posesivo.

 Desde su propia génesis, la vida no funciona por absorción sino por separación. Un cambio de denominación del neologismo de la “violencia vicaria” sería la solución más apropiada. La incorporación del filicidio a la violencia de género por el daño a la madre sintoniza con lo legislado, pero en ningún caso justifica la difuminación de la víctima física. Se ha importado a los crímenes machistas sin acierto la nomenclatura de las guerras ‘by proxy’, donde mueren los pobres para que las superpotencias ensayen sus arsenales sin sacrificar a su población. Debería ser innecesario recordar que el daño sufrido por cualquier persona próxima nunca puede superar al infligido al niño, arrinconado en un segundo plano por la vicariedad. Ni siquiera es preciso llegar a la reducción al absurdo de plantearse si el asesinato de la pareja para atacar al hijo que la adora también encaja en la “violencia vicaria”.

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