La tribuna

Comunidad o individualismo

Para neutralizar la polarización política e identitaria necesitamos más espacios públicos y comunitarios. Justo lo contrario de lo que vemos en Madrid tras décadas de tatcherismo

Una cola para test de antígenos en Madrid.

Una cola para test de antígenos en Madrid. / EFE

Xavier Martínez-Celorrio

Xavier Martínez-Celorrio

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Toda catástrofe, sea una pandemia, un huracán o una ola de calor, se salda con una gran diferencia de estragos y daños en función de cómo cada territorio o país se haya equipado de un factor invisible llamado infraestructura social. Así pasó con el huracán Katrina que tuvo menor capacidad mortífera en Cuba gracias a su modelo organizado de protección civil en contraste con los ricos estados sureños de Estados Unidos donde impera el sálvese quien pueda. Lo mismo pasó en la ola de calor que asoló Chicago en 1995 entre distritos urbanos que mostraron una resiliencia muy distinta entre ellos, aunque fueran igual de pobres. El sociólogo Eric Klinenberg descubrió que el desigual grado de infraestructura social entre distritos fue la clave.

Bajo similares condiciones de pobreza y soledad, los distritos con mayor densidad de equipamientos públicos facilitaron un entorno idóneo para las interacciones sociales, el diálogo y el conocimiento mutuo ofreciendo la infraestructura suficiente para desarrollar el compromiso cívico y de ayuda a los demás. El resto de distritos sin apenas equipamientos públicos sucumbieron con mayor mortalidad a la ola de calor. En su último libro, Palacios para la gente: cómo construir sociedades más igualitarias, Klinenberg desarrolla su interesante tesis. La infraestructura social toma forma de equipamientos y espacios comunes donde se cultivan los lazos sociales y se desarrolla un mínimo sentido de comunidad y reciprocidad. 

Hablamos de bibliotecas, escuelas, centros cívicos, centros deportivos, así como plazas y jardines públicos o mercadillos callejeros. Y también los llamados "terceros espacios" como cafés, mercados municipales, peluquerías o librerías donde las personas pueden reunirse y quedarse sin importar lo que hayan consumido. Son espacios de socialidad y mestizaje. Son nudos o hubs de redes y vínculos que, por débiles que sean, como ya demostró Mark Granovetter, hacen de carburante esencial de eso que llamamos convivencia, cohesión social y conciudadanía. Hacen posible el respeto mutuo y atenúan el hiper-individualismo de burbuja.

No es un tema menor. Tal y como demuestra Jorge Dioni en La España de las piscinas, el pasado boom de la construcción alzó cinco millones de nuevas viviendas y la mayoría siguió el modelo de suburbio estadounidense, sin infraestructura social ni vida comunitaria. Un entorno privado de propietarios, muy reacios al uso de los servicios públicos y a la justicia fiscal que acaban votando por la derecha. Un diseño urbano que conecta con lo que dijo Margaret Thatcher: el verdadero objetivo del credo neoliberal es hacer cambiar el alma de la gente y desarticular lo social. Es decir, lo que antaño se llamaba solidaridad social y su base comunitaria. Y para ello nada mejor que desinvertir y desmantelar lo público-comunitario, derribando la infraestructura social construida por el Estado del Bienestar desde la izquierda.

Toda catástrofe se salda con una gran diferencia de estragos y daños en función de cómo cada territorio o país se haya equipado de un factor invisible llamado infraestructura social

Entre nosotros, Madrid es el alumno aventajado de ese modelo thatcherista teñido, a la vez, de soberbia castiza. Lo vemos estos días con sus ciudadanos abandonados sin atención primaria y una sanidad pública colapsada mientras la mayor parte de la prensa madrileña mira para otro lado o distrae al personal con guerras identitarias. Nadie se hace responsable, no existen instituciones de cuidado y el mensaje es el individualismo darwinista. Son 26 años de gobierno del PP con corruptelas de por medio. Anular de ese modo la infraestructura social acaba minando la confianza ciudadana en la política y en la utilidad de la democracia, avivando el refugio en opciones de extrema derecha.

En contraste, en otros territorios se está fraguando un movimiento post-neoliberal que revaloriza aún más los equipamientos públicos desarrollando su intencionalidad de articular comunidad y vecinazgo positivo. Es el caso del enfoque de equipamientos responsables y educadores que está trabajando la Diputación de Barcelona para su red de municipios. Equipamientos de acceso universal, participativos, ecológicos y sostenibles, inter-generacionales y sin violencia de género ni transfobia que educan así a los usuarios en los nuevos valores a la vez que prestan sus servicios para que haya comunidad. Esta es la verdadera Ítaca que nos concierne a los demócratas. 

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