Clásicos

Los libros del año 22

El centenario de la fiebre creativa y rompedora de 1922 puede ser una buena oportunidad para sacar esas obras de la vitrina y recalcular su sentido

Lectores eligiendo libros en una librería de Barcelona

Lectores eligiendo libros en una librería de Barcelona / Ricard Cugat

Jordi Puntí

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Uno de los volúmenes más curiosos y queridos de mi biblioteca es el primer y único ejemplar de una revista-libro que se publicó en Girona con este título: ‘[El Número]’. Lo editó la librería 22 para celebrar su 10º aniversario, en 1988. En la cubierta había un cuadro de Narcís Comadira y, en su interior, 22 autores escribían sobre su libro preferido. La selección era un modelo de convivencia cultural hoy bastante impensable, con 11 autores que escribían en catalán y 11 en castellano, aunque ahora echaríamos de menos a más mujeres —solo cuatro y 18 hombres—. La lista es atractiva: entre otros, Josep M. Benet Jornet habla de ‘Las aventuras de Huckleberry Finn’, de Mark Twain; Jaime Gil de Biedma elige a ‘Carmen’, de Merimée, por su libertad erótica; Josep M. Fonalleras se decide por ‘El guardián entre el centeno’, de J. D. Salinger; Ana Maria Moix habla de ‘El ancho mar de los Sargazos’, de Jean Rhys, y Montserrat Roig recuerda un libro que tenía su madre: ‘La piel’, de Curzio Malaparte.

A lo largo de los años, el texto que he leído más veces es el del profesor José M. Valverde. En lugar de hablar de un título, se dedicaba a recordar el año 1922 como el de una gran cosecha literaria, un año fundacional, destacando así la coincidencia en el tiempo de 'Ulises', de James Joyce; ‘La tierra baldía’ de T. S. Eliot, y el ‘Tractatus Logico-Philosophicus’ de Wittgenstein. Luego abría el objetivo para incluir la creciente influencia de Virginia Woolf; el volumen de poemas ‘Trilce’, de César Vallejo; las ‘Elegías de Duino’, que Rilke escribió en 1922 (pero publicó un año después), e incluso la muerte de Marcel Proust. La modernidad literaria, contaba Valverde, llegó ese año a su punto culminante, con una influencia decisiva a partir de entonces, y terminaba el artículo con una pregunta retórica: “¿Estamos en decadencia respecto de 1922?”. Ahora que entramos en 2022, el centenario de esa fiebre creativa y rompedora puede ser una buena oportunidad para sacarlos de la vitrina y recalcular su sentido. Su condición de clásicos modernos no se discute, pero cabe preguntarse si ese impulso sobrevive hoy en día de alguna forma.

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