Apunte

Suerte de los 'charnegos'

Que sea el 'charnego' Gabriel Rufián quien defienda en solitario que el catalán no pierda el tren de la modernidad dice mucho de él. Menos de otros

Gabriel Rufián, en el Congreso

Gabriel Rufián, en el Congreso / EFE / EMILIO NARANJO

Sergi Sol

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Viernes, 29 de octubre, minutos antes de la hora límite. Gabriel Rufián daba por seguro que debería defender la presentación de una enmienda a la totalidad de los presupuestos. El PSOE no atendía a sus propuestas. Unidas Podemos, desaparecida, como si no fuera con ellos. ¿La Constitución es sagrada cuando se invoca la unidad de Espańa y agua de borrajas cuando proclama que el catalán será objeto de especial respeto y protección?

Que sea el 'charnego' Gabriel Rufián quien defienda en solitario que el catalán no pierda el tren de la modernidad dice mucho de él. Menos de otros. ¿Dónde estaba Jaume Asens, por ejemplo? Rufián estaba dispuesto a enmendar los presupuestos si no se atendía una demanda que antaño parecía de consenso. Ahí está José Montilla, otro 'charnego'. Como 'president' defendió con ahínco el catalán. Incluso cuando CiU jugó en contra, como en la ley del Cine. O como cuando, en un ejemplo repugnante de clasismo, se burlaron de Montilla por no hablar el catalán de Pompeu Fabra.

Rufián aprendió el catalán en la escuela gracias a la inmersión que tanto cabrea a la derecha. Una inmersión que se empezó y defendió en el Cornellà de Montilla y Joan Tardà. En el Fondo de Santa Coloma de Gramenet, el barrio del niño Gabriel Rufián, no se hablaba un ápice de catalán. Tampoco en otros tantos barrios de Cornellà. La inmersión nació donde más necesario era.

Pero hoy es ya insuficiente. El uso del catalán pierde fuelle entre los jóvenes. O cuenta con un firme impulso en el mundo audiovisual, entre otros, o no tiene futuro por mucho que 'charnegos' como Rufián o Montilla transmitan ejemplarmente la lengua catalana a sus vástagos. Claro que eso del catalán a muchos les resulta una molestia. Eso sí, le han montado un chiringuito a Toni Cantó para promover y defender el español, en Madrid.

Rufián estaba dispuesto a rechazar los presupuestos si estos no contaban con el catalán. No era un asunto de dinero, contradiciendo el tópico, aunque sí de otro tipo de riqueza. La que España -o al menos parte de ella- sigue sin aceptar, cuando no ignora y menosprecia. 

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