Periodista. Director del suplemento 'Abril' de Prensa Ibérica.
Álex Sàlmon
Periodista. Director del suplemento 'Abril' de Prensa Ibérica.
Álex Sàlmon
La libertad de desprecio
El insulto y el ultraje forman parte de la realidad pública. Todo ello acompañado de falta de inteligencia crítica
Los límites de la libertad de expresión son difíciles de situar en un lugar donde coincida toda la sociedad. Sus fronteras son subjetivas y no hay forma de ponerse de acuerdo. Es lo que hay.
El ya renombrado gag del programa 'Bricoheroes' de TV3 donde el cómico Lluís Jutglar, conocido como Peyu, le explica al también humorista Jair Domínguez que si fuera rico le gustaría que la Reina Letizia le hiciera una felación, por no utilizar un término más decadente, remueve una vez más ese límite.
El debate se focaliza en si el 'sketch' sobrepasa la línea divisoria de la libertad de expresión, sea porque es machista, porque insulta a la monarquía o porque la producción está pagada por una televisión pública, aunque sin ser emitido.
Sin embargo, nos olvidamos de un aspecto importante y es el desprecio burdo que se infiere a un comentario así. Desprecio, por supuesto, hacia el personaje parodiado. Hagamos la prueba cambiado a la Reina Letizia por la mujer de Puigdemont, Marcela Topor, por ejemplo. También un personaje público. Mujer y rumana, como detalle que podría impulsar más esa polémica.
Solo pensarlo, solo escribir este cambio de roles, me produce repugnancia. Y mis disculpas a las dos. Y es que no se trata de libertad de expresión. La cuestión es si el desprecio por alguien tampoco debe tener límites en los medios de comunicación. Ni privados, ni públicos.
El humor puede ser negro, rosa, amarillo o marrón. El problema es cuando se desprecia al otro. Ese es un tipo de libertad donde es más sencillo parametrizar. ¿Es lógico vilipendiar tanto como para situar a Letizia y a su hija, la Princesa de Asturias, sí, en una situación tan decadente?
No es solo un problema del emisor. También del receptor, si asume estas bajezas simplemente como un juego con la libertad de expresión.
Pero es que los tiempos juegan en contra. El insulto y el ultraje forman parte de la realidad pública. Todo ello acompañado de falta de inteligencia crítica. Existen muchas formas lúcidas de burla. Como cuando Quevedo llamó coja a Isabel de Borbón, sin que esta se percatara. “Entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja”. Pues eso.
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