Luces cortas

La vida al minuto

El futuro está ahí. Por mucho que algunos se empeñen en no ver más allá de los cuatro años de su mandato o que otros se empeñen en bloquearlo todo

El reloj que marca la hora de tu salud inmunológica

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Josep Maria Pou

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Estaba tan acostumbrado a mirarse el ombligo, que al levantar la vista no enfocaba más allá de metro y medio. Era como si el mecanismo que hace ‘zoom’ en la retina se hubiera quedado atascado en lo cercano. Así resultaba tan corto de miras como de espíritu. Corto también de entendederas. Lo malo es que este tipo de disfunción no era algo que le hubiera sido dado genéticamente. No era uno de esos lamentables defectos de nacimiento para los que, a veces, resulta difícil y hasta imposible encontrar remedio, sino que había sido él mismo el que, con el tiempo, a base de no querer (no querer saber, no querer ver, no querer mirar más allá de sus narices), había facilitado el proceso hasta cronificarlo. Diagnóstico: miopía (egoísmo) perseverante. Incapacitado para poner las luces largas, no contemplaba otro horizonte que no fuera el de su propia conveniencia. El foco era él y sus intereses. Su campo óptico, “yo-mí-me-conmigo”. Su nombre, una pintada sobre el fondo de ojo. 

No intenten ponerle cara a este retrato porque no escribo de nadie en concreto y sí de muchos a la vez. Es posible -seguro, me atrevo a decir- que alguno de ellos se mueva a su alrededor, a pocos pasos de distancia, merodeando, olisqueando, pretendiendo llevarle a su terreno, hacerlo suyo, una muesca más en la funda del revólver, un nuevo sumando en el haber. Y es posible, incluso, que ese alguno seamos todos, convertidos, sin demasiada conciencia de cómo ha sido el proceso, a la filosofía de los nuevos tiempos: una singular adaptación del afamado pensamiento “comamos hoy y bebamos, que mañana moriremos”, pero descargado del hedonismo que le da sustancia y vulgarizado en un práctico “comamos hoy y bebamos, que mañana ya veremos”. Alimentémonos del presente y libemos solo con lo inmediato. Anestesiemos el futuro. Sea la vida al minuto. 

Esas son algunas de las conclusiones a las que llego si me paro a leer los titulares de prensa de los últimos días con las declaraciones de quienes lideran la vida política o me siento a ver y escuchar a los tertulianos habituales (¿soy yo el único que tiene la impresión de que todos hablan ‘urbi et orbi’?). En cuanto aparece alguien, un científico, un investigador, un sociólogo, un economista, cualquiera que pretenda reflexionar con ánimo admonitorio sobre el mundo que veremos y el planeta que seremos, cualquiera que intente hablar de los enunciados de la Agenda 2030, por no ir más lejos, es contemplado de inmediato con cara de impaciencia si no de aburrimiento, con aviesa mirada de fastidio, con un sordo “¡cuán largo me lo fiáis!”, mezcla de cínico y perdonavidas. 

Pero el futuro está ahí, a tocar de mano. Por mucho que algunos se empeñen en limitar el presente y no ver más allá de los cuatro años de su mandato. Por mucho que otros se empeñen en bloquearlo -dinamitarlo- todo. Y por mucho que esta reflexión sea ya pasado en cuanto usted le dé valor al último signo ortográfico y levante la mirada del texto.

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