Declive geopolítico

Un mundo de mentiras. La gran falla que abrió el 11-S

Los atentados fueron una impugnación de nuestro modo de vida de quienes interpretan el islam más reaccionario como medida de todas las cosas y se cayó en la trampa de combatir el terrorismo con la guerra

Marines estadounidenses participan en una ceremonia en recuerdo a las víctimas de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York

Marines estadounidenses participan en una ceremonia en recuerdo a las víctimas de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York

Alfonso Armada

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Lo que se anunció a sangre y fuego el 11 de septiembre de 2001 fue un desafío que Occidente devoró hasta envenenarse de razón y de fuerza. Del mismo modo que las sofisticadas estructuras de las Torres Gemelas fueron capaces de tragarse aviones de pasajeros y seguir en pie, quienes idearon el ataque no solo hicieron realidad las fantasías de Hollywood que situaban en Nueva York el fin del mundo, sino que lo hicieron siguiendo un guion tan ingenioso como perverso. La función (con pistas simultáneas en el Pentágono y en una pradera de Pensilvania, aunque este segmento no estaba en los planes del director de escena, un profeta del mal llamado Osama bin Laden) empezó incrustando un avión de pasajeros contra un rascacielos que representaba el genio del comercio y la ingeniería de la primera potencia, techo además de la ciudad más mediática del mundo. Era la hora en que en el meridiano americano arrancaban los telediarios de la mañana, en el europeo los de la tarde, en el oriental los de la noche.

Tras el primer impacto millones de ojos se enfocaron en lo inaudito, en lo que parecía un accidente, hasta que el segundo avión empotrándose y desapareciendo dentro de la torre gemela demostró que si no podía ser un accidente tenía que ser un atentado. Subía la temperatura, el interés, el miedo. Los que idearon el ataque habían estudiado nuestros sistemas de construcción y culturales: el combustible de los aviones (que tenían previsto atravesar Estados Unidos) derretiría la estructura y las altas torres caerían. Les salió demasiado bien: la película de la realidad duró lo mismo que un filme convencional, 102 minutos, y potenciando la atención con hitos dramáticos atroces. 

Pero la función no había hecho más que comenzar. Se agotaron los adjetivos y las comparaciones: se habló de Tercera Guerra Mundial, de ataque contra nuestra cultura, contra el capitalismo, el mundo liberal, la democracia. Y en parte era cierto. Una impugnación de nuestro modo de vida de quienes interpretan el islam más reaccionario como medida de todas las cosas: aviones de pasajeros, rascacielos y medios audiovisuales para la mayor, más eficaz y más barata (para sus promotores) campaña de propaganda del terror de la historia. Con una puerta abierta de par en par al abismo: la venganza. Se cayó en la trampa de combatir el terrorismo con la guerra. Una guerra sin fin. 

Se cumplen 20 años de aquellos atentados con la salida de Estados Unidos del país que había invadido (Afganistán) para aplastar al régimen (talibán) que había acogido a los que habían ideado y ejecutado los atentados. Una invasión de la que Washington enseguida se desentendió, mediante una gigantesca campaña de mentiras en las que Estados Unidos recurrió a todas las artimañas de la ciencia política, la propaganda, el espionaje, el disimulo y el victimismo. Pero no persuadió al Consejo de Seguridad de la ONU de que era legítimo invadir Irak y derrocar a Sadam Husein como cómplice del 11-S y por atesorar armas de destrucción masiva que eran una amenaza inaceptable. Se le dieron plenos poderes a George W. Bush y su camarilla (el vicepresidente Dick Cheney y el jefe del Pentágono Donald Rumsfeld), con el único voto en contra de una senadora negra de California (Barbara Lee, a la que se le insultó con todo el racismo y el machismo que Estados Unidos exhibe cuando se carga de razón). Se violentó la Constitución, se justificó la tortura, se mató a decenas de miles de inocentes, se intentó implantar a las bravas regímenes democráticos y afines en culturas y sociedades que ni se conocían ni se estimaban, y se sometió la democracia y la imagen de Estados Unidos a un desprestigio que acabó dando alas a las cada vez más autoritarias Rusia de Putin y China de Xi Jinping. Una política que abrió una colonia penitenciaria fuera de la ley en Guantánamo y recurrió a los drones (Obama con mucha más profusión que Bush) para matar sin riesgo para los soldados a terroristas sin reparar en gastos (matar a innumerables civiles inocentes: daños colaterales).

El colofón de ese declive moral y geopolítico fue el asalto al Capitolio en Washington el día de Reyes de este año. Como se temía Franz Kafka en 'El proceso', la mentira se ha convertido en principio universal. Y en ese gran teatro del mundo de la mentira y el cinismo tratamos de recuperar la fe en la democracia, en Europa, y en el comercio.

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