China se la juega con los talibanes
Pekín se ha presentado voluntario a ocupar el vacío de poder dejado por EEUU, lo que refuerza su posición en una región en la que Moscú sigue teniendo una gran influencia
Georgina Higueras
Periodista
China ha contemplado la caótica salida de Estados Unidos de Afganistán con regocijo y cautela. Para Pekín se abre una nueva etapa en Asia Central en la que tendrá que asumir no solo un importante papel económico sino también diplomático para conseguir paz y estabilidad de la zona. China, que ha mantenido relaciones con los dirigentes talibanes tanto cuando gobernaban (1996-2001) como cuando se exiliaron, está dispuesta a apoyarles siempre y cuando estos sean capaces de dejar a un lado sus diferencias y formar un gobierno inclusivo, estable y aceptado por la comunidad internacional, de manera que Afganistán no se convierta en un Estado fallido como Libia.
Consciente de que todos los ojos estarán puestos en su actuación en Afganistán y que se juega el prestigio perdido por EEUU, lo primero que China ha hecho es declarar que no piensa involucrarse ni militar ni políticamente en ese país. Pekín quiere preservar sus intereses económicos e impulsar el desarrollo de su vecino para demostrar que su modelo de acción trae más progreso y cuesta menos que los intentos de Occidente de construir un Estado por la vía militar. No considera que los talibanes sean una amenaza y confía en que cumplirán lo que negocien.
Afganistán está conectado a China por el corredor de Wajan, una inhóspita franja de menos de 13 kilómetros de ancho que se abre hasta los 66 al llegar a la frontera y de solo 304 kilómetros de largo, en la que viven unas 14.000 personas en su mayoría musulmanes ismaelitas, contrarios al rigorismo talibán. Pekín vigila estrechamente este paso que comunica con su provincia de Xinjiang, cuna de la etnia uigur. El objetivo prioritario de China es que los talibanes abjuren de sus lazos con los grupos terroristas internacionales y en concreto con los uigures del Partido Islámico del Turkestán (PIT), que pretenden la secesión de Xinjiang.
Durante siglos, en Wajan hubo un importante puesto de intercambios comerciales en la Ruta de la Seda y China pretende ahora convertir Afganistán en un significativo eslabón de su megaproyecto de la Nueva Ruta de la Seda. Pekín y Kabul firmaron en 2016 el memorándum de entendimiento de la Franja y la Ruta (como se denomina oficialmente), lo que facilitó algunas actuaciones. China se ha comprometido con los talibanes, sedientos de fondos, a impulsar la reconstrucción del país, pero usará el talonario como baza de negociación y solo abordará grandes inversiones cuando la paz se haya consolidado y esté convencida del retorno de beneficios. El proyecto estrella es el llamado Tren de las Cinco Naciones, que conecta China e Irán a través de Kirguistán, Tayikistán y Afganistán, lo que integraría plenamente Afganistán en Asia Central.
Sin grandes alharacas, Pekín se ha presentado voluntario a ocupar el vacío de poder dejado por EEUU, lo que refuerza su posición en una región en la que Moscú sigue teniendo una gran influencia, aunque la debilidad económica rusa ha hecho que Afganistán deje de ser una eventual zona de expansión rusa. Rusia y China se han comprometido a cooperar en la lucha contra el extremismo y a favor de la estabilidad en Asia Central.
Afganistán tiene fronteras con tres antiguas repúblicas soviéticas: Turkmenistán, Uzbekistán y Tayikistán y, al igual que en Xinjiang, miembros de esas etnias se han asentado en su suelo de forma permanente o movidos por conflictos entre tribus. La difícil geografía facilita la permeabilidad de las fronteras, de ahí la importancia que China concede a la colaboración talibán contra el PIT, muchos de cuyos miembros encontraron entrenamiento y refugio en Afganistán.
Aunque los talibanes han financiado la guerra con el tráfico del opio, durante su gobierno emprendieron una dura campaña contra las drogas que casi erradicó el cultivo de la amapola. China podría ofrecer ahora a los agricultores afganos ayudas para una agricultura alternativa cuyos productos compraría para uso doméstico, lo que frenaría el enorme contrabando de drogas que comienza a plantear serios desafíos a Pekín.
Tal vez el mayor riesgo que corre China en su aventura afgana sea en Taiwán, la isla que se niega a volver al redil chino. La propaganda comunista ha tratado de utilizar la retirada de EEUU para minar la credibilidad de la otrora potencia única ante sus aliados y convencer a los independentistas taiwaneses de que Washington no acudirá en su ayuda si provocan un conflicto militar con Pekín. Mala forma de ganarse los corazones isleños.
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