Conexión entre extraños

Tren a Galway, un 28 de marzo

Hay maneras de superar el mal trago de la vuelta a la rutina. La ficción, por ejemplo, que nos aporta la posibilidad de pensar que el amor no es una fugacidad

Lucy Boynton y Kit Harington, en la segunda temporada de 'Modern love'

Lucy Boynton y Kit Harington, en la segunda temporada de 'Modern love' / AMAZON PRIME VIDEO

Josep Maria Fonalleras

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Volvemos a la rutina. Aún quedan días de agosto y todavía queda un septiembre que, muchas veces, es pletórico y solar como el mes de junio, aunque contenga trazas del otoño que se anuncia, pero la percepción es que volvemos a la crudeza de las cosas a las que hay que aferrarse para no perder el norte y que, al mismo tiempo, son rejas de una realidad que nos angustia. Hemos vivido un verano extraño como el otro, el del año pasado, conmovidos por desastres naturales, por el anuncio del apocalipsis, por la llegada (también anunciada) del terror, con fotografías pavorosas que nos transportaban a las mismas fotografías de hace veinte años, con personas que caían al vacío, para huir, para escapar. Hemos vivido, seguro, cada uno los suyos, momentos esplendorosos y días de vela y desazón, quizás más de este lado, pero con el coraje desatado de aprovechar los otros para hacer frente a todo lo que es incierto. Un verano como el otro, el del año pasado, pero también diferente, porque ahora somos más conscientes y porque no hay una fecha en el calendario que nos hable de un final. Solo el regreso de la rutina, como cada septiembre, la sensación que es mitad angustiosa, mitad resignada, de pasar por las horas de melancolía que nos hacen pagar en la frontera entre las vacaciones y el trabajo.

Hay maneras de superar este mal trago. La ficción, por ejemplo, que nos aporta la posibilidad de pensar que el amor no es una fugacidad, sino una de las pocas certezas que nos quedan. Les hablo de uno de los episodios de 'Modern Love', la serie basada en la famosa columna del 'New York Times' que se emite en Amazon Prime Video. Solo hay una posibilidad de hablar del enamoramiento sin caer en la sentimentalidad azucarada, tan al uso. Hacerlo desde el humor y desde la reivindicación de la pasión como de un instante de verdad, que es notorio y explícito cuando existe. En 'Strangers on a (Dublin) train', un chico y una chica se conocen justo el día en que se decreta la paralización del mundo, el 13 de marzo de 2020. Hablan en el tren que les lleva de Galway a Dublín (para pasar en casa lo que creen que es una medida temporal y reducida) y deciden, como en 'Before sunrise', no decir quiénes son ni saber nada el uno del otro, hasta el 28 de marzo, que es cuando creen que se acabará el confinamiento. Quedan en la estación para reencontrarse en el primer tren que vuelva a Galway. Y pasa lo que pasa, claro, que las calles están cortadas y no pueden llegar a la cita. Creo que es la primera ficción que transcurre durante la pandemia que no me habla de soledad y tristeza, de temor y muerte. Habla de vida, de conexión entre extraños - una medievalista y un informático - que parten de la incompatibilidad y que, sin embargo, saben que nunca podrán encontrar, en ningún otro lugar, el vínculo inexplicable que los une. Es una historia romántica, no lo negaré, pero que va más allá. Porque no pretende bucear en las almas atormentadas, sino que proporciona momentos minúsculos de verdad. Todos debemos haber vivido algo así. La sensación de que, en todo el mundo, no hay nada más importante que estar en la estación el día que sale el tren hacia Galway. No les cuento el final, porque esta es una historia de comienzos y principios. Justo lo que nos hace falta para afrontar lo que viene.

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