La hoguera

Aquí hay lagartos

El desierto es un club exigente. Acepta pocos miembros

El desierto de Tabernas

El desierto de Tabernas / Mònica Tudela

Juan Soto Ivars

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Ahora, si queda alguien para leer esto, hablaré del desierto. Yo soy de Águilas, que es un pueblo rodeado de desierto, pegado a la provincia de Almería. Extensiones de piedra gris moteadas de tomillo y romero con su queja en el paisaje que se abrasa, proliferación de flores amarillas de manzanilla. Las plantas del desierto pueden dar lugar a infusiones y aromas, pero no a alimentos. Además, necesitan haber pasado por el agua caliente para liberarse del muermo, porque conservan su personalidad sedienta hasta cuando las arrancas.

Si llueve, es agradecido, pero su verde no tiene vigor, no se exacerba, no quiere salir en las postales. Es un verde afónico, color 'memento mori'. La vida vegetal de los lugares húmedos es orgullosa porque gana batallas: lo verde es testigo de una lucha por vivir. Las raíces se estrangulan unas a otras bajo tierra, las hojas enormes quitan la luz a las de abajo y las transforman en putridez negra, los frutos caen rodando al fango y son engullidos, cadáveres de estambres pegados al néctar y la resina que brota de los troncos. En el desierto ni el tallo más tierno tiene mucho que celebrar.

Mi cabeza está siempre desordenada, así que el desierto la aclara. Aquí está todo muy bien organizado. Tierra dura y cielo blanco, ningún desorden más allá de las latas oxidadas de coca-cola o las espinas que cercan el paseo entre ramblas de aluvión y barrancos, con los chinches, alacranes, saltamontes, víboras y zapateros como toda compañía, bajo el vuelo de alguno de los pocos abejorros que buscan el grial del tomillo a un paso de la extinción. El desierto es un club exigente. Acepta pocos miembros.

A sus pocos pobladores les deja vivir a bajo precio. Una liebre echa a correr sin nada visible que la persiga, aparece alguna gaviota camino del agua del mar, que es otro desierto, o las rapaces diminutas se tiran sobre los ratones que nunca se dejan ver. El desierto no hace esfuerzos para entretenerte. Es el nido de la desesperación y el hastío, el alimento para la imaginación, la fábrica de religiones monoteístas.

Esta es la explicación a los humanos que habitan el desierto y sus inmediaciones. En las comarcas del Este de Almería y ciertas pedanías de Águilas puedes ver hombres que se hicieron con el barro seco del Edén. Los viejos, como el entorno, longevos, cerriles, áridos y parcos, aunque hasta el hombre más seco de por aquí bebe más agua que su tierra. Una vez fui a una boda, de fotógrafo, cuando no tenía trabajo estable, y en una casa como una cueva pude ver los retratos de las tres generaciones: el abuelo era un simio cejijunto y achicharrado de trabajar; el padre tenía su misma estatura y un Mercedes en la puerta, porque habían llegado los invernaderos y su petróleo; y el hijo medía metro noventa y parecía escapado de 'Gandía Shore'. El dinero cambia la especie más que un depredador. Me da por pensar aquí que no comprendemos a los minerales, ni ellos nos comprenden a nosotros, ni a los fósiles que dan testimonio de nuestro paso. 

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