LOS JUEGOS DESDE EL SOFÁ
Nos vamos a quedar sin reina
Emilio Pérez de Rozas
Periodista
Licenciado en Ciencias de la Información por la UAB. Hijo de Carlos Pérez de Rozas, sobrino de Kike y Manolo Pérez de Rozas, integrantes de una auténtica saga de fotoperiodistas. Trabajó en Diario de Barcelona, fundador de El Periódico de Catalunya en 1978 también formó parte de la redacción en Catalunya del diario El País. Colaborador del diario deportivo Sport y vinculado al departamento de Deportes de la cadena COPE, que dirige Paco González. Emilio suele completar muchas de sus informaciones con sus propias fotos, en recuerdo a lo aprendido junto a su padre y tíos.
Tú estás delante del televisor y sabes que estás asistiendo (presenciando) unos Juegos Olímpicos que no existen. Y no porque no hayan espectadores, que también, pues siguen habiendo (supongo) los mismos millones y millones de aficionados al deporte que se sienten atraídos (cautivados) por todas las competiciones que hay en unos JJOO.
Pero cuando digo que son unos Juegos que nunca existieron, pese a ‘la magia’ que mostraron al mundo con aquel globo terráqueo construido en su cielo por 1.824 drones ¡eso fue genial! ¡ésa será, lo siento (o no), la imagen de este devaluado Tokio-2020!, es porque ya ‘The Times’, que, mira, se equivocó, anunció el 22 de enero que “el Gobierno japonés reconoce, en privado, que los Juegos deberán suspenderse o aplazarse por la pandemia del coronavirus”.
Hubo Juegos, sí
Pero no, se inauguraron, sin grandes florituras ni novedades, eso también lo sufrimos desde el sofá. No se suspendieron porque, según varias de las fuentes consultadas por El Periódico de Catalunya, porque las indemnizaciones que se hubiesen tenido que pagar a grandes patrocinadores y, sobre todo, a las TV que adquirieron los derechos, eran tan gigantescas que ni el Gobierno japonés, ni el COI, ni mucho menos el Comité Organizador quisieron afrontar semejante riesgo y prefirieron tirar ‘palante’. No tenían dinero. Y punto.
Son muchos los que dicen que estos Juegos, descafeinados hasta en la hora de visión en Europa, remontarán el vuelo cuando se entre en el estadio Olímpico y aparezcan los atletas (de verdad). Yo, por lo que estoy viendo, tengo mis dudas.
Creo más en que el desastre, el impacto Covid-19, la pandemia, el caos ha afectado a todo el mundo y no solo a los organizadores, también al pueblo japonés que, por cierto, se manifestó contra el magno evento en número de 5.000 vecinos alrededor del estadio la noche de la inauguración y nadie se enteró (¿eso fue censura?, bueno, lo que hubiese ocurrido en cualquier otro país del mundo). Yo lo supe porque lo leí en una excelente crónica a Manoj Daswani en este diario.
Osaka+Biles, vaya
No es por seguir mostrando mi tristeza y desencanto por lo que estoy viendo (que conste que, con el paso de los días, me animo, aunque poco), pero, por no tener, no vamos a tener ni reina, aunque aún nos queda la natación y el atletismo. Las dos aspirantes nominadas a la corona, al trono, a la capa, ya han abandonado, no solo el escenario, sino, tal vez, el país. Y me estoy refiriendo a la tenista japonesa Naomi Osaka, que fue quien encendió los Juegos que ella misma ha apagado de golpe, y la gimnasta norteamericana Simone Biles, auténtica musa del mundo del deporte, que, como Osaka, se ha dado de baja por estrés.
Al mismo tiempo que nos preocupamos de por qué puede morir un niño de 14 años en un circuito (‘SuperHugo’ Millán), tal vez haríamos bien en averiguar por qué las mejores del mundo, ¡las mejores!, abandonan la competición al no poder soportar el peso de la fama, la gloria y la exigencia que les metemos encima. Osaka (“me digo a mí misma que debería estar acostumbrada a esta presión”) ha prolongado su crisis emocional de Roland Garros y la equilibrista Biles reconoce que “hago ver que la presión no me afecta, pero ¡maldita sea!, a veces es difícil”. Difícil, no; imposible.
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