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Restricciones y pasos atrás

El aumento de casos obliga a adoptar medidas claras que eviten situaciones de difícil control, pero sin entrar en colisión con los derechos individuales

La Fiscalía da el visto bueno al toque de queda y la limitación de reuniones sociales

La Fiscalía da el visto bueno al toque de queda y la limitación de reuniones sociales

Las medidas para hacer frente a la pandemia del covid-19 siempre han implicado una tensión entre las necesidades sanitarias urgentes, la vitalidad de la economía y el mantenimiento de los derechos y libertades individuales. A lo largo de este periodo hemos asistido a un equilibrio inestable entre la salvaguarda de la salud y la imprescindible, por muchos motivos, reactivación social, desde el primer estado de alarma, que unificaba criterios, hasta la asunción de distintas medidas, asimétricas, en función de la afectación de cada comunidad. Ahora, el inusitado, y en parte inesperado, aumento de los parámetros que nos permiten calibrar el alcance de la crisis en esta quinta ola provoca nuevas restricciones que, al mismo tiempo, generan dudas y rechazos entre la ciudadanía y los sectores afectados. La más llamativa, después del cierre del ocio nocturno, es la prohibición de todas las actividades desde las 00.30 horas, incluido el beber y comer en el espacio público, con la limitación de los encuentros a diez personas. Este «toque de queda informal» o encubierto, como ha manifestado la alcaldesa de Barcelona, genera muchas quejas entre los responsables municipales, puesto que la solicitud de la Generalitat a los ayuntamientos de que limiten el acceso a los espacios públicos, combinada con la falta de opciones para el ocio reglamentado en época de verano, puede generar situaciones de difícil control, con la previsible proliferación de botellones y fiestas improvisadas. Algunas voces abogan por la reinstauración de un toque de queda, tal y como ha implantado el Gobierno valenciano con el visto bueno de la justicia, porque así, al menos, queda clara una restricción explícita, y no las recomendaciones hasta ahora conocidas, en especial las que se refieren a conciertos o fiestas mayores. Ante la explosión de casos, mayoritariamente entre los más jóvenes, se imponen medidas difíciles de gestionar, pero seguramente imprescindibles, puesto que, como advierte el doctor Antoni Trilla, "nunca antes había visto curvas de crecimiento como las que ha habido la última semana". No se trata de establecer consejos paternalistas (como el de seguir usando la mascarilla para hacer visible la presencia del virus), sino de actuar con determinación (volver a la mascarilla obligatoria) y aprendiendo de los errores recientes.

En otras latitudes, la situación es también preocupante y con respuestas variables. Mientras que Boris Johnson, en el Reino Unido, sigue abogando por una reapertura prácticamente total a partir del 19 de julio, en un deriva que recuerda a su primer posicionamiento ante la pandemia, en Francia se plantea un dilema que genera controversia: se trata de convertir el pasaporte covid, que tenía que funcionar como salvoconducto para viajar, en un carnet para "favorecer la vacunación", que será necesario para buena parte de la interacción social, un aspecto que choca con la protección de derechos individuales. 

Hemos de ser conscientes de que este verano no será el final del túnel que se había pronosticado, y que se parecerá más al de 2020 que al de los veranos prepandemia, pero, sin bajar la guardia sanitaria, debe procurarse también evitar una nueva crisis en el sector turístico. El equilibrio siempre complicado entre contener la propagación y superar el colapso sanitario y mantener el pulso de la vida económica y social.