Vientos homófobos
Es necesario trazar de nuevo las líneas rojas; en Hungría, con Orbán, y en España con Vox
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Olga Merino
En Rusia han quitado de la circulación el anuncio de un supermercado de comida orgánica porque en la foto aparecía una pareja de lesbianas con sus hijas. En Hungría acaba de entrar en vigor una ley que vincula homosexualidad con pedofilia y prohíbe hablar de “identidad sexual” en colegios y medios de comunicación. Y aquí seguimos estremecidos por el brutal asesinato de un joven de 24 años en A Coruña.
“O paras de grabar o te mato, maricón”. Con esta amenaza se desencadenó el trágico final de Samuel Luiz cuando el chico se encontraba realizando una supuesta videollamada junto con una amiga, y el primer matón creyó que lo estaban filmando a él con el móvil. Ya van cuatro detenidos. Y aun cuando el crimen sigue bajo investigación, parece temerario –un quiebro con intencionalidad política– descartar de entrada el delito de odio –o sea, la homofobia– cuando una jauría de descerebrados te persigue durante 150 metros y te patea la cabeza al grito de “maricón de mierda”. No, los agresores no conocían a Samuel, circunstancia que invalidaría el agravante de odio en el delito, pero bastaría con que los asesinos, por sus prejuicios, así lo asumieran en décimas de segundo por naderías: porque la víctima llevara el pelo teñido, por su vestimenta, tal vez por sus rasgos delicados. La justicia dilucidará. En cualquier caso, a Samuel ya nadie le devuelve la vida.
Más allá de este asesinato atroz, de lo que decidan los jueces, resulta preocupante el aire enrarecido, el caldo de cultivo turbio, el aumento constatado de las agresiones de cariz sexista o racista en los últimos tiempos, la brisa sulfurosa que viene soplando a lo largo y ancho de la vieja Europa. Por ello aplaudo que la Eurocámara haya pedido a Bruselas que cierre el grifo a la Hungría homófoba de Viktor Orbán, que le recorte los fondos de recuperación tras la pandemia, decisión tomada el jueves mediante una votación en la que el PP, por cierto, prefirió abstenerse: tan solo votó a favor Esteban González Pons, vicepresidente del grupo popular europeo. La decisión deja claro que deben trazarse de nuevo con tinta indeleble las líneas rojas del respeto. Lo que perdura de la vieja Europa, del sueño sobre el que se fundó, es precisamente la salvaguarda de los derechos fundamentales, la convivencia, unos principios democráticos básicos que avalan el pensamiento distinto. Al menos eso, ya que la unión política se desmigajó por el camino.
Aquí, en casa, conviene dejar de reírle las gracias a Vox, formación que el mes pasado impidió que prosperara en el Parlament una declaración institucional contra los ataques homófobos en Barcelona. Un partido, convertido ya en la tercera fuerza política del Congreso, que señala con el dedo al distinto, por razones de raza u orientación sexual, e incluso a los periodistas que le incomodan, como ha sucedido con el editor de 'El Jueves' porque les han disgustado los cromos infantiles sobre 'La pandilla Voxura'. Ojo, hace tiempo que en España suenan violines magiares, y no precisamente los de las 'Rapsodias húngaras' de Franz Listz.
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