Obituario

Xavier Folch, en la cocina de la unidad y la democracia

Fue un hombre que estuvo en todas las complicidades sin querer nunca asumir liderazgos públicos, que aborrecía

Xavier Folch

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Andreu Claret

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El nombre de Xavier Folch figura en todos los relatos sobre la lucha antifranquista y la transición, pero en ninguno se le atribuye el lugar destacado que le corresponde. Así es como ha querido pasar a la historia, con la misma discreción con la que vivió, como un hombre que estuvo en todas las complicidades sin querer nunca asumir liderazgos públicos, que aborrecía. Y, sin embargo, no hay historiador que desconozca su protagonismo desde la cocina del tardofranquismo y del parto democrático y autonómico en Catalunya. Estuvo en todas las conspiraciones, en todas las negociaciones por las libertades, desde la Mesa Redonda de los años sesenta, hasta la Assemblea de Catalunya, pasando por la Caputxinada, donde se constituyó el Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona. Además de ser uno de los principales impulsores de la movilización de los intelectuales a favor de la lengua, la cultura y las libertades nacionales de Catalunya

Su práctica social y política estuvo marcada siempre por la idea de la unidad. Llegó a ser un intransigente de la unidad

Si utilizáramos un concepto gramsciano para definir su aportación a la historia del PSUC (Antonio Gramsci fue uno de sus referentes) podríamos decir que contribuyó poderosamente a que el partido de los comunistas catalanes fuera un ‘intelectual colectivo’. Que acabara siendo más que un partido, por decirlo en un lenguaje culé más asequible, y en homenaje a su pasión por el Barça. Es decir, un partido capaz, no solo, de defender las aspiraciones de las clases populares, sino de interpretar las ambiciones de una sociedad. Xavier Folch representó lo mejor de un PSUC al que nunca concibió estrictamente como una organización, sino como un organismo vivo, que se alimentaba de las reivindicaciones sociales y nacionales que recorrían la sociedad catalana. 

Siendo sus referentes los dos intelectuales marxistas más rigurosos de aquellos años (Manuel Sacristán y Josep Fontana), su práctica social y política estuvo marcada siempre por la idea de la unidad. Llegó a ser un intransigente de la unidad. Unidad de la izquierda y unidad antifranquista inspiraron su actuación en la Assemblea de Catalunya, junto a Antoni Gutiérrez, Josep Benet, Joan Reventós, Jordi Carbonell o Pere Portabella. Sin la fusión de estas dos exigencias, la crítica radical del sistema capitalista y la más amplia política de unidad posible para ganar la libertad, no se puede entender la aportación de Xavier Folch a la Catalunya contemporánea. Hombre de pocas concesiones en el ámbito teórico –una actitud que le llevó a compartir las posiciones pioneras del último Sacristán sobre la crisis de recursos del sistema capitalista–, era todo lo contrario cuando se trataba de hacer avanzar el combate antifranquista. Nadie sumó tanto como él, a favor de las libertades.

Xavier fue un intransigente de la unidad y de la democracia, en particular en los endiablados debates que diezmaron el PCE y el PSUC. Siempre estuvo del lado de la libertad desde la crisis del PCE de los años sesenta –conservó su amistad con Fernando Claudín y Jorge Semprún, cuando estos fueron expulsados– hasta el devastador trance que sufrió el PSUC en 1981. Esta larga historia de debates fratricidas pudo con su relación con el PSUC, que finalizó en 1984. El PSUC con el que él había soñado ya no existía, pero siguió impulsado iniciativas a favor de las mismas ideas, desde el mundo editorial y desde la sociedad civil. Hasta el último día, cuando se alegró públicamente, en un tuit, de la salida de las cárcel de los presos indultados.  

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