Conocidos y saludados

Un reto de altos vuelos

Maurici Lucena i Betriu se convirtió, por unos momentos, en el místico que vivió sin vivir en él. Era su espíritu el que alumbraba el apoyo a su apuesta. Y como máximo responsable de Aena retaba al Ejecutivo Aragonès a ejercer el derecho a decidir que tanto exige

Acto reivindicativo de los empresarios a favor de la ampliación del aeropuerto de El Prat

Acto reivindicativo de los empresarios a favor de la ampliación del aeropuerto de El Prat

Josep Cuní

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Hay herencias que marcan a las familias. Y las hacen vivir en un bucle perpetuo. La mantenida por las organizaciones empresariales y económicas acerca del aeropuerto de Barcelona-El Prat es un ejemplo. Y significativo. El debate abierto sobre su ampliación demuestra que hay cuestiones nunca resueltas, que pasan de mano en mano sin solución de continuidad. Con la misma persistencia de aquellas tradiciones familiares que no cejan en el empeño del recuerdo permanente, a pesar del relevo generacional. 

Se percibe en la fotografía de la semana. Un cuantioso grupo de señores y algunas señoras reunidos bajo un lema: Todos por la ampliación del aeropuerto. De pie, manos cruzadas delante o detrás del cuerpo erguido, cierta distancia física, no social, miradas atentas o distraídas al frente y disimuladas por la mascarilla. La imagen parece sacada de una ceremonia religiosa aun siendo civil. Pero ya sabemos cómo el tiempo y la insistencia han convertido las bodas o los funerales laicos en un simulacro de lo que siguen siendo las funciones católicas. Solo que sin oficiante ordenado. Las lecturas y los cánticos, las pláticas y los deseos son sus equivalentes. Y como el público ha introducido los aplausos en los templos sean para la pareja nupcial, sean para el difunto despedido, las diferencias se acortan y el ritual se asemeja. Al final, casi todos los momentos importantes de la vida responden a una liturgia. Y la del miércoles lo fue. Como la del año 2007.

El denominador era común, el aeropuerto. La reivindicación, parecida. Entonces su internacionalización, ahora su ampliación. Repetían la mayoría de los protagonistas porque quince años no es nada, qué febril la mirada, errante en las sombras, te busca y te nombra, tararearían adaptando el tango los reincidentes, a quienes sus detractores ven instalados en el mundo de ayer. Hubo cambios, sí. El menor, el recinto. Seguía siendo una escuela de negocios, pero se alternaban los intereses para no herir susceptibilidades y actuar a la catalana. También mostraban variación los directivos renovados empezando por el presidente de Foment, Josep Sánchez Llibre, siempre dispuesto a estar en el centro de la promoción de las políticas en las que cree. Pero la diferencia sustancial era el destinatario. Si hace 14 años fue el Gobierno español que solo tenía ojos para Madrid-Barajas, ahora lo es el de la Generalitat, a quien se pone en un brete a la semana de haber tomado posesión. Y ahí es donde en las imágenes se echa en falta al protagonista real del envite. Al oficiante que todos parecen escuchar sin aparecer en la imagen por quedar fuera de plano.

Maurici Lucena i Betriu (Barcelona, 22 de diciembre de 1975) se convirtió, por unos momentos, en el místico que vivió sin vivir en él. Era su espíritu el que alumbraba el apoyo a su apuesta. Y como máximo responsable de Aena retaba al Ejecutivo Aragonès a ejercer el derecho a decidir que tanto exige. Acepta mejorar ahora una infraestructura capital para los intereses económicos, sociales y laborales de Catalunya o se espera cinco años. Y así fue como este hombre, llamado a ser consejero de economía si Salvador Illa hubiera formado gobierno, enseñó sus credenciales trabajadas a la sombra de diversos líderes socialistas y demostró sus horas de altos vuelos. Por algo había presidido la Agencia Espacial Europea.  

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