Vacunación en Barcelona

Desigualdad vacunal por abismo digital

Confiar en la autogestión digital para pedir cita, aunque se conciba como una vía cómoda, es una decisión que excluye y discrimina a determinados códigos postales

Varias personas en espera de vacunarse, el pasado abril

Varias personas en espera de vacunarse, el pasado abril

Liliana Arroyo

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Esta semana la Agencia de Salud Pública de Barcelona (ASPB) compartía unos datos que revelan diferencias de hasta el 30% de vacunados entre personas de la misma edad pero de distintos barrios. El informe sitúa la brecha digital como la principal explicación, que incluye la falta de conexión y de acceso a dispositivos, pero también las dificultades para manejarse. Una cosa es tener móvil con internet, otra distinta es acceder a la carpeta sanitaria virtual. La brecha digital se combina, además, con otras barreras idiomáticas y/o culturales, y con las resistencias desconfiadas.

Llevamos tiempo insistiendo que la inclusión digital es importante porque la desconexión penaliza a las personas más vulnerables. Confiar en la autogestión digital para pedir cita, aunque se conciba como una vía cómoda, eficiente y accesible, es una decisión que excluye y discrimina a determinados códigos postales. Las desigualdades pocas veces ocurren de forma aislada, más bien se entrecruzan, se retroalimentan, interseccionan. Por ello la desconexión digital es más prevalente en aquellos barrios donde los cuerpos están más expuestos al contagio. Imaginemos a alguien del área del Raval Sud (la zona con menor ratio de vacunaciones) que, durante el confinamiento, no pudo quedarse en casa y teletrabajar, para seguir manteniendo un sueldo precario con el que pagar la habitación donde se aloja la familia entera. Según datos de febrero de la misma ASPB, ambos mapas de vulnerabilidad – riesgo de exposición y brecha vacunal - se solapan. La consecuencia es que las personas más precarias y más expuestas, si llegan a vacunarse, lo harán las últimas.

Otro ejemplo de exclusión digital es la retirada de libretas físicas bancarias. Una decisión tomada desde criterios de eficiencia y rendimiento, sin tener en cuenta la realidad de las personas mayores

 La buena noticia es que, en este caso, existan datos para hacer seguimiento en vivo y que nos dan información inmediata y que permiten actuar. Los mismos datos revelan que en los grupos de edades avanzadas las diferencias entre barrios existen, pero con márgenes más estrechos. El despliegue de contactos telefónicos ha supuesto un esfuerzo intensivo con consecuencias más equitativas. El problema viene cuando los recursos necesarios para hacerlo de esta forma son limitados y hay que priorizar.

Podemos considerar que los 25 puntos de apoyo que se acaban de instalar suponen una medida correctiva necesaria. Poder acercarse a un lugar donde pedir ayuda, conseguir la cita o para disipar dudas y miedos es fundamental para llegar donde no alcanzan los recursos, los conocimientos ni las condiciones sociodemográficas. Lástima que no se pensara así desde el inicio.

El problema de confiar puramente en lo digital no es solo técnico, sino que en cada realidad impacta de forma distinta y a menudo amplifica injusticias. Otro ejemplo de exclusión digital, en este caso financiera, es la retirada de libretas físicas. Una decisión tomada desde criterios de eficiencia y rendimiento, que se justifica por una confianza excesiva en que la clientela usará la banca online para conocer el estado de sus cuentas o realizar trámites sencillos. La realidad es mucho más angulosa: abandonar la libreta por obligación deja a las personas mayores, por citar un perfil concreto, en dos alternativas: o espabilar para aprender o esperar que en la comida familiar del fin de semana alguien más hábil digitalmente le eche un cable. Ninguna de las opciones es universal y, además, la segunda mina la autonomía.

Volvamos a la cuestión vacunal: tener datos es importante para monitorizar progresos y detectar retrasos. Desarrollar estrategias para acortar distancias entre barrios es necesario, una vez se ha detectado el problema. Nos falta comprender que, a fecha de hoy y por un tiempo todavía, cualquier estrategia digital inclusiva requiere alternativas analógicas y vías de apoyo que permitan acompañamiento de rostro humano. Si nos creemos que “más vale prevenir que curar”, ¿por qué en lugar de diseñar medidas realmente accesibles y universales desplegamos correcciones a medio camino? Este enfoque es más condescendiente que inclusivo, porque va alineado con medidas especiales para atender a colectivos frágiles. La mirada inclusiva debería hablar de abismo digital en lugar de brecha. No estamos ante una grieta que separa lo que antes iba unido. Más bien nos asoma al vacío de lo que siempre ha sido desigual.

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