El dilema
La bolsa o la vida
Ese ha sido (y sigue siendo) el dilema imperante en pandemia: la bolsa o la vida. Una frase que suena al "ser o no ser" que nadie se atrevió a esgrimir en esa noche de juerga
Josep Maria Pou
Actor y director teatral
Josep Maria Pou
Fue algo así como una Nochevieja, pero sin uvas ni cotillón. No cambiaba el año, pero como si. No cambiaba el siglo, pero como si. Era tan solo un cambio de estado. Un relevo. Una modificación de las reglas del juego. Hubo besos, abrazos y lluvia de mensajes en el móvil. Hubo brindis, jolgorio, desmanes y copeo hasta las tantas. Por lo demás, parece que no hubo ni globos ni confeti. Las únicas serpentinas fueron las que, invisibles, se desplegaban y me revolvían por dentro, un cosquilleo similar al de las famosas mariposas en el estómago de los momentos decisivos. Estábamos frente a un cambio cuyo alcance nadie se atrevía a predecir si no era a base de titubeos. Los pronósticos -más que pronósticos, pedernales- chocaban entre sí. Y del choque saltaba un festival de chispas.
A lo largo del sábado y también en días precedentes, prensa, radio y televisión fueron desgranando un amplio abanico de futuribles. Predicciones a euro la docena: "¡Las tengo euforizantes, las tengo suicidas, las tengo con sabor a nada y las tengo hechas a medida, en formato de conveniencia!". Una larga lista de profecías circulaba, hecha manojo, por todas las esquinas. "Bien está lo que bien acaba", aseguraba desde la ventana de la tele un versado shakesperiano. Ese sábado por la noche y en esa misma ventana, a pocos minutos de caducar el estado de alarma, algunos decidieron quitarse las caretas (que no las mascarillas) y hubo cruce de descalificaciones. Los vocablos volaban como piedras: libertad o represión, ciencia o política, vacunación o cuchipanda, la bolsa o la vida.
Ese ha sido (y sigue siendo) el dilema imperante en lo que llevamos de pandemia: la bolsa o la vida. Una frase que, de entrada y según el tono, suena a cuchufleta. A chiste de cacos. A mala película de gánsteres. Pero que suena, en cualquier caso, libre de tópicos y otras intenciones, a dilema terminante. Al "ser o no ser", tambien shakesperiano, que nadie se atrevió a esgrimir en esa noche de juerga. A decisión final. Y ante la cual, por muchas que sean las vueltas y revueltas, por mucho que se enrosquen ideas y programas, solo cabe ponerse serios. No digo dramáticos, digo serios, adultos responsables. Porque ahí, en esa frase hecha, en ese tópico de susto inopinado y atraco de pacotilla, lo fundamental, lo verdaderamente importante es, precisamente, lo que no se dice: la palabra 'muerte'. Es la muerte la que se balancea, suspensa, en equilibrio, entre los dos conceptos. Es la bolsa -la economía, el trabajo, el mercado, la subsistencia toda-, la que tira hacia abajo desde un extremo. Es la vida -la salud, la sanidad, la investigación, la existencia misma-, la que tira igualmente desde el otro extremo. Y en el centro, nosotros, pértiga en mano, obligados a avanzar por el fino cable a paso calculado, un pie delante del otro, sin atrevernos a respirar ni a mirar abajo. Equilibristas en precario. Funambulistas a la fuerza. Más alarmados que nunca.
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