Fatiga pandémica

El regreso del deporte nacional

Todos sabemos que las buenas noticias se dan una vez sentados y con la bebida ya en la mesa, por si hay que brindar

Terrazas abiertas

Terrazas abiertas / Ferran Nadeu

Andrea Pelayo

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Debería estar saltando de alegría. Hace meses que me preparo para este momento y que lo comento con amigas: “Ya verás, cuando nos dejen volver a cenar fuera. ¡Qué ganas!”. Es nuestro momento de gloria. Ha llegado. Pero ahora que está aquí, estoy rara. Inquieta. No me acabo de imaginar la situación. Y mira que es simple. Me visto, camino o cojo el metro y ceno. Como bien (¡no lo he cocinado yo!). Escucho voces e historias que no son la mía. Me río. Mucho. Y vuelvo a casa con el pecho hinchado, con orgullo de amigas, con mil novedades, con mil cotilleos. Como antes.

Parece fácil. Es fácil. No se me está haciendo fácil. Cuesta de explicar, pero este ensayo de normalidad se me antoja anormal. Me siento oxidada en esto de la vida social. Me he acostumbrado a que el planazo de las noches sea sofá y un libro. A que un viernes se parezca bastante a un martes cualquiera. A quedar para andar. A una cierta soledad. Me leo y, aunque yo ya era algo tranquila antes de la pandemia, no me reconozco. Me doy pereza. A decir verdad, todo me da algo de sueño. ¿Es esto lo que llaman fatiga pandémica

Ir de bares es deporte nacional pero yo estoy desentrenada. Siento que estoy volviendo de una baja por una lesión tonta que se ha eternizado. Pero si algo tengo claro es que todo es empezar. Me reciclaré. No importa cuánto me cueste (bueno, a mi bolsillo sí le importa, pero hay que contribuir a la economía local, ¿no?). Me formaré de nuevo en la cultura del “Ponme otra”, del “Hoy invito yo”, del “¿Cómo estaba?”, “Estaba buenísimo, gracias”, del “Te lo cuento todo cuando nos sentemos”, porque todos sabemos que las buenas noticias se dan una vez sentados y con la bebida ya en la mesa, por si hay que brindar.  

Empiezo a desperezarme. Necesito algo que me saque del sopor, volver a quedar para tomar algo. Ya no pienso demasiado en qué me pondré, ni en si tendré algo que contar, ni en si ahora mismo es obligatorio reservar (de la pérdida de la capacidad de improvisación por la pandemia hablamos otro día). Ahora solo me preocupa que para cuando me acostumbre vuelvan a cerrar. ¡Que todo aguante! ¡Que no dejemos de brindar! Y que volvamos a tener motivos para hacerlo.