El verdadero debate

Comunismo, fascismo, democracia y libertad

Haríamos bien en comenzar aceptando que, nos guste más o menos, en nuestra sociedad conviven visiones muy alejadas de las nuestras: sería un buen punto de partida para intentar restar base social a las posiciones tipo Vox

El líder de Vox, Santiago Abascal.

El líder de Vox, Santiago Abascal. / Zipi / Efe

Josep Oliver Alonso

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En sus 'Vidas paralelas', cuenta Plutarco que Solón, uno de los siete sabios de Grecia, viajó hasta Sardes capital del reino del fabuloso Creso. En una conocida entrevista, este le interroga acerca de si conoce o ha conocido a alguien que fuera más rico y, por tanto, más feliz que él, a lo que Solón responde que hasta que no sepa cómo terminará sus días el rey, no tiene respuesta. El fabulista Esopo, presente entonces en Sardes, reprende al sabio por su impertinencia con Creso, pero el ateniense replica que a los poderosos nunca hay que decirles lo que desean oír, sino lo que precisan escuchar.

Viene lo anterior a cuenta del crispado debate madrileño. Porque, parafraseando a Solón, los partidos, y en particular los de la izquierda, no deberían oír aquello que les conforta y facilita el trabajo, sino atender a lo realmente importante para la ciudadanía. Y hay que convenir que ceñir la campaña al choque de eslóganes carga la discusión de sentimientos que nublan la razón, ofuscan el entendimiento e impiden comprender lo que en realidad está en juego. 

Por ello, y más allá de las elecciones de Madrid, permítanme algunas reflexiones sobre lo que significa la emergencia de Vox. Su avance no es nuevo: desde las elecciones de 2019 está presente en muchos parlamentos, y en el Congreso es ya la tercera fuerza. Además, no constituye una particularidad española: las últimas décadas han suministrado múltiples ejemplos, en Europa o EEUU, del avance de la extrema derecha. Finalmente, su demonización no solo no contribuye a reducir su peso político, sino que oculta las raíces de su emergencia como indica la ilustrativa experiencia francesa: desde los años 90, los partidos republicanos de derecha e izquierda se han aliado contra el lepenismo, y este no ha ganado jamás ninguna contienda presidencial. Pero su soporte no ha hecho más que aumentar.

Y ello nos lleva al núcleo del problema, oculto con las descalificaciones de estos días: las razones de la emergencia de la extrema derecha en España. Que son, como en todas partes, tanto de tipo cultural como económico y que, además, y cuando se superponen, agrandan y refuerzan el discurso extremista.

Las razones de la emergencia de la extrema derecha en España son, como en todas partes, tanto de tipo cultural como económico, y cuando se superponen, agrandan y refuerzan el discurso extremista

Respecto de las primeras, bien sean las batallas sobre derechos sexuales, violencia doméstica, contra la mujer, no discriminación por razón de sexo o religión, posición frente a la eutanasia o el aborto, o inmigración y nacionalismo, poco hay que decir. Las sociedades son como son: diversas y con colectivos con opciones ideológicas y culturales dispares. El problema que enfrentamos deriva, en una parte no menor, de la pretendida superioridad moral de la izquierda en la defensa de aquellos derechos, justamente porque hay segmentos no menores de la población que no los comparten. Haríamos bien en comenzar aceptando que, nos guste más o menos, en nuestra sociedad conviven visiones muy alejadas de las nuestras: sería un buen punto de partida para intentar restar base social a las posiciones tipo Vox.

Sobre las segundas, hay que tentarse la ropa. Porque el debate con la extrema derecha no puede centrarse en su capacidad para generar odio y crispación, o en su incompatibilidad radical con nuestros valores. Al hacerlo, se olvidan sus raíces económicas, y los intereses de determinados grupos sociales y políticos en su mantenimiento, ocultando con ello la razón última de la explosión del populismo y la extrema derecha de las dos últimas décadas. Algo que ha puesto de relieve el historiador de la Universidad de Berkeley Barry Eichengreen en su 'The Populist Temptation. Economic Grievance and Political Reaction in the Modern Era' (2018). Que muestra cómo, aunque el populismo ha estado presente en EEUU desde el S. XIX, solo ha tomado virulencia inusual cuando el menor crecimiento, la desigualdad, la falta de oportunidades y la angustia sobre el futuro acentúan las guerras culturales. Y en España, como en todas partes, la globalización, el cambio técnico y el envejecimiento generan problemas económicos muy reales: pobreza, marginación, inseguridad e incertidumbre están ahí para quién quiera verlos.

¿Debate cultural? Por descontado que sí, aunque en el corto plazo poco se puede ganar por ahí. Es en los aspectos económicos y redistributivos donde hay que centrarse: si los mercados globalizados y la tecnología reducen el nivel de vida de amplios sectores, es papel del Estado el corregirlos. Por ello, giren la vista hacia la fiscalidad y la redistribución de la renta, algo que no es del gusto de todos. Ese es el debate.

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