Aniversario

¡Viva la República del 78!

Nuestra democracia es muy superior en todos los sentidos a la que se desarrolló en la breve etapa republicana, en la que no había muchos demócratas ni en la derecha ni en la izquierda

Acto con motivo del 90º aniversario de la Segunda República, en Valencia.

Acto con motivo del 90º aniversario de la Segunda República, en Valencia.

Joaquim Coll

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La memoria histórica se utiliza más para mitificar el pasado que para entenderlo en toda su complejidad. Ocurre cada 14 de abril en el que hay un estallido de ¡vivas a la república! a veces tan naif que equivale casi a un ¡viva la primavera!, a esa “primavera republicana” que el Ayuntamiento de Ada Colau nos invita a celebrar como si nos anunciara la felicidad universal. Este año la cosa ha alcanzado un cierto paroxismo con el 90º aniversario de la proclamación de la Segunda República, mientras los independentistas intentan también colarnos la república confederal de Francesc Macià, que al cabo de tres días se transformó en la Generalitat. Porque una cosa es recordar ese momento de esperanza e ilusión que fue abril de 1931, y contemplar con agrado las imágenes en blanco y negro de las multitudes arremolinadas alrededor de una bandera tricolor, y otra es alimentar un mito que resulta dañino para el presente. La nostalgia republicana que ha ido creciendo en la última década, y que exalta sin mesura el periodo de los años 30 que en realidad fue un gran fracaso colectivo, no tiene otro propósito que erosionar la legitimidad de nuestra democracia. 

Los valores éticos que inspiraron la proclamación de Segunda República son los de la España de 1978, con la ventaja de que la Constitución actual fue votada en referéndum por una amplísima mayoría fruto de un gran consenso, cosa que no sucedió en 1931 y de ahí su fracaso. Nuestra democracia es muy superior en todos los sentidos a la que se desarrolló en la breve etapa republicana, en la que no había muchos demócratas ni en la derecha ni en la izquierda. Claro que nuestra democracia es imperfecta porque, como ha recordado Javier Cercas, si fuera “perfecta” sería una dictadura camuflada de democracia orgánica o popular. Su fortaleza, pese a todas a las crisis que la han sacudido en estas ya más de cuatro décadas desde que los españoles pudimos volver a votar libremente, radica en la legitimidad de origen del pacto constitucional. Y eso es lo que sus enemigos desean destruir a toda costa. ¿Viva la República? Sí, claro, pero la de 1978. 

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