Opinión | Editorial

El Periódico

‘Júniors’ exprimidos

La explotación laboral en las empresas de auditoría y consultoría reclama intervenciones colectivas que luchen contra la precarización

Varios 'brokers' pasan por delante del logo de Goldman Sachs en la Bolsa de Nueva York.

Varios 'brokers' pasan por delante del logo de Goldman Sachs en la Bolsa de Nueva York. / BM/WY/ML

La denuncia, hace dos semanas, de empleados ‘júniors’ de Goldman Sachs, el banco de inversión estadounidense, destapó un submundo de las relaciones laborales prácticamente desconocido que se aleja de la percepción generalizada sobre las condiciones de trabajo en este sector. Se quejaban, sobre todo, del nivel de explotación horaria, que no salarial, que calificaban como «inhumano y abusivo». En el mismo grado de explotación se hallan las empresas de auditoría y consultoría, en este caso con un sueldo bajo para los trabajadores más jóvenes y con jornadas maratonianas que contravienen todas las normativas laborales vigentes. Estamos hablando de empleados que cobran sueldos cercanos al sueldo medio español en su primer año pero con condiciones de trabajo y exigencia que les exponen a una presión constante que genera múltiples deserciones y serios problemas psicológicos. La información que publica hoy EL PERIODICO se hace eco de un panorama que implica a las empresas más reconocidas del sector –las llamadas Big Four– y que describe la existencia de un círculo vicioso. Jóvenes altamente preparados que aguantan la situación en la que trabajan por la promesa de un rápido ascenso y de emolumentos sustanciosos que, en una carrera que se vive con una alta y feroz competitividad, muchas veces no se concreta. El esquema de funcionamiento de las empresas basa su modelo de negocio en la facturación por horas, con lo cual se abastecen de la dedicación exhaustiva de estos trabajadores que, además, por las propias circunstancias en las que llevan a cabo su cometido, carecen de una organización sindical que vele por sus derechos, en un universo en el que predomina (ya desde la propia selección de personal) un alto grado de individualismo.

En el terreno de los horarios, funciona una lógica perversa. Expuestos a una evaluación constante, no se exigen horas extras pero existe la convicción de que solo a través de este sobreesfuerzo –en muchos casos no remunerado– se conseguirá la consolidación y el hipotético ascenso. Además, en el momento que vivimos, el teletrabajo ha contribuido a agravar el estrés, la ansiedad y la fatiga crónica, sin barreras que impidan el grado de saturación en la actividad laboral, origen de síndromes como el del trabajador quemado, considerado como una enfermedad por la OMS. Hemos asistido en los últimos tiempos a casos dramáticos, como suicidios o muertes provocadas por un trabajo extenuante, ejemplos extremos que son la punta del iceberg de este sector, que, por otra parte, carece de una regulación efectiva o de unas reivindicaciones reglamentadas que vayan más allá de la queja soterrada de quienes sufren este tipo de acoso laboral.

Quizá no responden a la concepción tradicional del trabajador que vive en condiciones extremas o que ve sus derechos sociales conculcados, en situaciones de extrema penosidad, como los riders, o que deben atravesar periodos en principio esencialmente formativos que imponen altísimas cargas de trabajo y responsabilidad sin una remuneración proporcional, como el de los médicos residentes. Pero se trata sin duda de una situación asfixiante que reclama intervenciones colectivas que luchen contra la precarización y contra un estado de cosas que prescinde de la dignidad de la persona. Es imprescindible, como sociedad, procurar que se respete y se promueva la salud laboral, también en este universo opaco y competitivo.