BARRACA Y TANGANA

Mentiras a medias

Hace un día tan bueno que voy a bajar las persianas y me quedaré aquí, viendo un Alavés-Cádiz

Álex Fernández lanza un penalti en el Alavés-Cádiz.

Álex Fernández lanza un penalti en el Alavés-Cádiz. / Efe / Jon Rodríguez Bilbao

Enrique Ballester

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El sábado pasado hacía un día buenísimo. Estaba yo en casa asimilando aún el primer café, junto a la ventana, maravillado con el sol rotundo y la luz melosa, observando la primavera llamando a la puerta y notando el ímpetu de la vida abriéndose paso a codazos, decidida y poderosa. Qué día más bueno hace, me dije, un día perfecto para compartir un vermú en la calle y sonreír, un día perfecto para ser feliz, me repetí, hace un día tan bueno que voy a bajar las persianas y me quedaré aquí, encerrado en casa viendo un Alavés-Cádiz.

Por qué a veces somos así.

El pasado domingo hacía un día todavía mejor. Tenía visita y me tocó salir. Dejaremos a un lado el bullicio de las terrazas, la gente haciendo 'cosas' y el entusiasmo juvenil. Para mí el domingo ha sido durante demasiado tiempo un día para ver fútbol, trabajar y sufrir. Es una tara enquistada con la que tengo que malvivir. Aún vimos un rato del Celta-Athletic, casi terapia, pero luego nos acercamos a grabar los alrededores de Castalia. La visitante me llamó la atención sobre las palmeras que hay cerca del estadio. Le resultaba bastante exótico el paisaje y a mí me pareció de lo más sorprendente. Llevo décadas acudiendo al estadio, casi a diario durante años, y jamás me había dado cuenta. Me sentí un turista en mi propia ciudad, algo extraño. Décadas estando en un sitio como si nunca hubiera estado. Décadas viendo cosas que en realidad no miramos.

No nos enteramos

Pero desde ese día no hago más que ver palmeras por todas partes. Resulta que Castelló está repleta de palmeras y no lo sabía. Las hay grandes, medianas, pequeñas y enanas. Las hay en plazas, parques, rotondas, jardines, paseos y macetas. Es ridículo: paro en un semáforo y veo palmeras, salgo del trabajo y veo palmeras, me asomo a la ventana, en casa, y cuento treinta palmeras. Trein-ta. Nací aquí, vivo aquí, y nunca me había fijado. Cuánto tiempo se necesita para conocer una ciudad. Cuánto tiempo se necesita para conocer a un equipo, y para amarlo o detestarlo. Cuánto tiempo se necesita para conocer a una persona. Cuánto tiempo se necesita para ver las palmeras de una persona. Cuántas veces necesitamos que alguien nos haga ver esas palmeras. Cuántas veces lo más obvio está ahí delante y no nos enteramos.

Probablemente sea mejor no pensarlo. Si no sabes que existen los domingos sin fútbol y sin preocupaciones, te parecerán naturales los domingos con fútbol y con preocupaciones. Si no sabes que existen los domingos en paz, podrás soportar los domingos en guerra. Si piensas demasiado quién eres y quién podrías ser, te preguntarás si eres lo que eres por casualidad, o porque quieres. Si piensas demasiado entenderás que podrías ser perfectamente de otra ciudad o de otro equipo, otra persona, y por el camino crees que eliges algo pero lo cierto es que no eliges casi nada. Cómo saber entonces si eres de verdad o una farsa. Quizá sea mejor no pensarlo: aunque nuestra vida sea ese sábado soleado y buenísimo, corres el riesgo de querer ser de otra ciudad o de otro equipo, otra persona, y de perder esas respuestas fáciles que resuelven preguntas complejas con mentiras a medias.

Otra vez la ventana, la luz y la primavera, allá fuera: hoy me encierro con un Sabadell-Sporting y un Athletic-Eibar.