Contexto

La inconsistencia

Ayuso necesitaba una excusa y la fue a encontrar en Murcia. Para ella es la ocasión de acabar con Ciudadanos

Isabel Diaz Ayuso       David Castro

Isabel Diaz Ayuso David Castro / David Castro

José Luis Sastre

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Hay algo lógico, y hasta premonitorio, en que un miércoles empiece por una inesperada censura en Murcia y termine con el país patas arriba, porque esa cadena de movimientos descubre la inconsistencia del momento: un cambio en Murcia ha removido varias comunidades. Luego los partidos jugarán a explicarnos que es todo estrategia y que manejan los hilos como guionistas de 'House of Cards', pero la realidad les sitúa más bien como gestores de la improvisación y el interés particular.

Ayuso necesitaba una excusa y la fue a encontrar en Murcia. Por algo Madrid era España dentro de España: porque cualquier territorio le hubiera valido. Para ella es la ocasión de acabar con Ciudadanos, contener a Vox -para lo que asume parte de su discurso- y situar el escenario donde mejor le va, que es la polarización de la que puede beneficiarse también el PSOE. O el PP liberal de Esperanza Aguirre o una amalgama de izquierdas capaz de dividirse en células cada vez más pequeñas. Da igual lo demás. Da igual que dijeras, como Ayuso dijo en febrero, que la llamarían “insensata y peligrosa” si anticipaba las elecciones. Da igual que te pareciera peligroso el voto de los catalanes en pandemia pero aplaudas el voto en Madrid.

Inconsistencia es la palabra, y no tiene que ver con el virus. Imaginen a Pablo Casado, que preparó su pregunta de primera hora a Pedro Sánchez sin saber que al incendio de Murcia -feudo de su secretario general- le sucedería el incendio en la Puerta del Sol, feudo de su peor amenaza interna: tanto hablar de Feijóo cuando el peligro le quedaba más cerca. Imaginen el desconcierto del PP, que se puso a retuitear al presidente andaluz porque pedía estabilidad cuando se supo que perdería Murcia sin pensar que su propio partido iba a lanzar a la inestabilidad de una campaña al centro del país -el centro geográfico, no el ideológico-.

Imaginen a Ignacio Aguado, que de pronto descubrió lo mal que se llevaba con la dirigente a la que había sostenido y que le sostenía. Todo fue de pronto y lo que parecía ser ya no era. Las preguntas sobre quién gobernará Catalunya se convirtieron en quién gobernará Madrid, enfrascada en su propio 'procés' a lomos de los mitos que Ayuso lleva tiempo construyendo por si acaso.

Eso sí que no es casualidad: la estrategia de ponerse siempre enfrente, de discutir las medidas, de comparar las restricciones con la opresión, de dejarse ir por la ladera de Vox hasta acabar presentando el dilema de socialismo o libertad, afianzando el relato victimista de la madrileñofobia envuelta en banderas. Es su nuevo 'procés'.

Al cabo, la cadena de mociones y el adelanto de Madrid resultó la exhibición casi pornográfica de la inconsistencia, concepto distinto al de debilidad. No vaya a ser que el dirigente que más débil parecía -cuyo Gobierno airea sin recato sus disputas y al que los socios amenazan con retirarle los apoyos- acabe por salir más reforzado porque, en este escenario, es la alternativa simbólica a lo que Ayuso representa. Ese dirigente es Pedro Sánchez. Ya le dijo una vez Pablo Iglesias que el destino le sonreía. El destino, y Ayuso.