Visiones del mundo

Basado en hechos reales

'The Crown', Emmanuel Carrère y el nuevo espectáculo de Ivan Foix muestran cómo la realidad permea el arte

Emmanuel Carrère, en el tejado de La Pedrera.

Emmanuel Carrère, en el tejado de La Pedrera. / periodico

Care Santos

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Desde que sé que Felipe de Edimburgo está en el hospital, estoy preocupada. Su vida se me representa como en una pantalla de cine. Pienso en lo apuesto que fue de joven. En su infancia difícil, educado en una escuela donde no supieron comprenderle, y en su matrimonio lleno de humillaciones: arrodillarse ante su esposa, sacrificar sus apellidos al bautizar a sus hijos... Pienso en lo bien que le sentaba el uniforme. En ese aire familiar que fue adquiriendo con los años, a pesar de lo muy mujeriego que fue. Por si acaso, aclaro que Felipe de Edimburgo hacía todo eso entre los años 50 y 60, bastante antes de que yo naciera. Sin embargo, creo conocerle, le recuerdo, me cae bien. Como a los millones de espectadores de la serie ‘The Crown’, que he visto de principio a fin y que es mi principal fuente de información, como la de tantos otros en los últimos años.

Estos días intento aprender a tener mi espalda derecha. Es muy complicado. Hay que sentarse en el suelo, con las nalgas bien apoyadas, a poder ser en la posición de loto, sobre un zafu —un cojín especial, redondo, que conocen bien los amantes del yoga— y estirar la cabeza como si quisieras tocar el techo con la coronilla. Ah, y concentrarse en la respiración. Pensar en respirar y nada más que en eso. Los pensamientos intrusos que no dejan de atosigarte se llaman «monos saltarines». Los míos tienen que ver casi siempre con cuestiones de intendencia. Resulta muy difícil concentrarse con esa murga en la cabeza. Pero no soy la única a quien le pasa. Lo sé porque estoy leyendo el último libro —maravilloso, como todos— de Emmanuel Carrère, ‘Yoga’. Carrère es un señor que hace libros a partir de propias experiencias y de sus bifurcaciones —que suelen llevarle lejos—, un tipo inteligente, fascinante. Sus libros suelen tener en mí efectos secundarios: leer escritores rusos, viajar a Patmos... Esta vez quiero inscribirme en un retiro de yoga. Estoy buscando en internet.

Dos talentos muy jóvenes estrenan espectáculo teatral. El texto es de Ivan Foix, quien también es el único actor de la cosa. Le acompaña un talentoso pianista y compositor de 20 años, Manuel Torralba, el mejor compañero posible. Agárrense: en su texto-monólogo, Foix cuenta su vida. Sí, sí, sus 22 años de vida. Dan para mucho: su pasado de niño adoptado, de niño gay acosado en el colegio, de niño raro, de actor que no soporta que los directores de ‘casting’ le dejen esperando una llamada. Por eso decidió tomar la iniciativa y lanzarse a su propio proyecto. Eso no lo dice en la obra, me lo contó él mismo, al terminar el espectáculo, a las puertas del teatro. Dos cosas de su texto quedaron rondando en mi cabeza, como monos saltarines. Es necesario tomar la iniciativa para perseguir los propios sueños. Y una pregunta final, que lanzó Foix mirando al respetable (entre el que estaban sus padres, por cierto): "Lo que hoy han visto aquí, ¿es verdad o es mentira?". La respuesta debe encontrarla cada uno. De ella depende nuestra visión del mundo.