A pie de calle

Conversaciones ajenas

Obligar a los demás a tener que saber de tu vida no es un derecho, es una agresión a los sentidos

BARCELONA 09 12 2020 Barcelona Compras navidenas en los comercios del centro  gente que sale del centro hacia Gracia en BUS  muy lleno   FOTO de RICARD CUGAT

BARCELONA 09 12 2020 Barcelona Compras navidenas en los comercios del centro gente que sale del centro hacia Gracia en BUS muy lleno FOTO de RICARD CUGAT / RICARD CUGAT

Valeria Milara

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El otro día se me escapó una sonrisa cuando un señor sentenció a una pasajera con la que viajaba en el autobús. Le dijo, literalmente, “señora, se merece usted que la retraten”. Y ahí voy. No íbamos muchos en el autobús, era el 27. Era un día de diario sobre media mañana. Pero a pesar de ser pocos aquello era un escándalo. Una pasajera de mediana edad iba hablando a voz en grito de temas absolutamente triviales con su familia, del tipo qué iba a hacer de comer, qué productos de oferta estaban en el súper y la discusión que hubiera podido tener con la vecina del quinto. Y no paraba, y aunque le dirigieras miradas intimidantes hacía como que no iba con ella, no lo captaba. Hasta que otro viajero no pudo más y le dijo que estaba prohibido hablar en el transporte público a causa del covid-19. La señora con total desfachatez, que es algo que ahora se lleva mucho, en lugar de disculparse alegó que hacía una llamada a un familiar que estaba en urgencias… Ahí, con toda su cara soltó semejante trola. Suerte que el señor que la había recriminado se bajó, yo también, y ahí le avancé que hablaría de este tema. Un tema del que hay que hablar con y sin coronavirus.

Es una tortura ir escuchando conversaciones que no interesan, de extraños que no conoces de nada. Una urgencia es una urgencia, pero hay conversaciones que son para gastar el tiempo, porque nos aburrimos. Y luego vamos y pagamos retiros para aprender a estar conscientes, un concepto que está muy de moda, cuando toda la vida ha sido estar por lo que tienes que estar. El “poner punto a lo que haces” que diría mi abuela, que tenía un gran sentido común. En ese momento, estar por lo que hay que estar es pensar que estás compartiendo un espacio con otras personas. Ya no es pedir que la gente medite en el tren o en el autobús, cosa que no estaría mal, sino como mínimo, que no invada con su ruido a los demás pasajeros. Vivimos en una sociedad adolescente donde yo ya no sé la de derechos inventados que nos creemos tener. Obligar a los demás a tener que saber de tu vida no es un derecho, es una agresión a los sentidos, al del oído en concreto y al del mal gusto en general.