Pros y contras

Elegir vida

Sucesos como el del pasado miércoles cerca del Gimnàs Social de Sant Pau también hablan de nosotros. De la indiferencia con la que tratamos a las personas sin hogar

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Emma Riverola

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No sé qué se piensa cuando se rocía a una persona sintecho con gasolina. Sería más soportable creer que es un acto irreflexivo, un arrebato de locura. Pero no, se piensa, solo desde el convencimiento de la superioridad propia se puede actuar así. Creer que otra persona es menos que nada. Un bulto al que despreciar, dañar y burlar. Incluso asesinar de la forma más cruel. 

Produce vértigo asomarse al abismo mental de los agresores, pero el horror no puede distanciarnos de sus actos. Este sería su triunfo. No, ellos no pueden representarnos. Sucesos como el ocurrido el pasado miércoles cerca del Gimnàs Social de Sant Pau, en el Raval de Barcelona, también hablan de nosotros. De nuestra tolerancia con el discurso del odio y de la indiferencia con la que tratamos a las personas sin hogar. En Barcelona, 1.200 duermen en la calle. Su esperanza de vida se acorta de forma súbita. La calle mata. Mata el frío y mata el odio. La Fundació Arrels señala que el problema del sinhogarismo es solucionable. Se necesitan más recursos y, sobre todo, la voluntad de destinarlos a ofrecer un techo a quien no lo tiene. Podemos elegir quién nos representa.  

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