Conocidos y saludados

El efecto y el defecto

El ministro de Sanidad dimitió un martes y al día siguiente se enfundaba el mono peleón para consolidar lo que las cuentas demoscópicas habían bautizado como 'efecto Illa'

Salvador Illa

Salvador Illa / FERRAN NADEU

Josep Cuní

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Cancelado. El Mobile no abrirá por el virus. Era el titular de EL PERIÓDICO de hoy hace un año. Día por día. Severo revés para la economía de la ciudad, se añadía. La portada se ilustraba con una fotografía en la que se veía a unos operarios subidos en una grúa intentando sujetar una gran pancarta de tonos azules y morados en la que, a pesar de pliegues y arrugas, podía leerse claramente “Welcome”. No se sabía si era de cuando la colgaban o ya la precipitaban al baúl de la resignación después de que la organización hubiera mantenido la convocatoria hasta los límites de la esperanza y las fronteras de la imprudencia. Nadie sería bienvenido porque nadie llegaría. Las grandes multinacionales habían anunciado su ausencia siendo Amazon quien sentenció el rosario. La pandemia ya estaba allí, China era objeto de escrutinio y la OMS observaba estancamiento del contagio. El Ministerio español relativizaba la gravedad a pesar de que en el mundo las muertes por covid ya eran más que las provocadas por el SARS.

Salvador Illa Roca (La Roca del Vallés, 5/5/1966) hacía justo un mes que era ministro de Sanidad. Día por día. Una cartera relativamente fácil por cuanto las principales competencias de su negociado están traspasadas a las autonomías. En consecuencia, apenas nadie conocía a quien un virus cambiaría su suerte. Y así fue cómo el también secretario de organización del PSC, hombre tranquilo y gris, se convirtió en el político más popular y valorado del Gobierno de Pedro Sánchez. Detalle que sirvió a los artífices de la Moncloa para sondear posibilidades, darse cuenta del potencial electoral y compartir el interés con Miquel Iceta. Impasible el ademán, este capitalizó la jugada ya especulada y negada unas semanas antes.

Mantuvo el pulso a sus expectativas hasta que trascendió que había acudido a TV-3 sin haberse hecho la prueba de la inocencia vírica

Y así fue cómo un ministro cuestionado por la oposición, pero aplaudido por la ciudadanía por dar la cara en momentos de tragedia y dolor, pasó a convertirse en el incitador de todos los males. Mantuvo silencio y cargo hasta el inicio oficial de la campaña alejado incluso de la ceremonia de la confusión jurídica sobre el aplazamiento de la fecha electoral. Dimitió un martes por la tarde, traspasó la cartera la mañana siguiente y por la noche se enfundaba el mono peleón para consolidar lo que las cuentas demoscópicas habían bautizado como 'efecto Illa'. 

Sus contrincantes, que se lo creyeron, corrieron a ponerle en el centro de atención que las filas socialistas precisaban. Le azuzaron y no se quejaba, le mordían y no se alteraba, le provocaban y resistió hasta el ecuador de los días duros. Le estaban regalando la campaña. No habiendo cometido errores de bulto, en el debate de SER Catalunya empezó a descararse, propuso la reducción de su sueldo si era 'president' y mantuvo el pulso a sus expectativas hasta que trascendió que había acudido a TV-3 sin haberse hecho la prueba de la inocencia vírica. Se cuestionó su decisión, se especuló con su posible vacunación de incógnito y, a pesar de que su ministerio lo desmintió, cuando se iba armando el belén de su actitud poco ejemplar, trascendió que los grupos independentistas habían firmado un compromiso de, en ningún caso, pactar la formación de un Gobierno con los socialistas. 

Y así se llegará este sábado al absurdo día de reflexión. El domingo, millones de manos mecerán algunas cunas. 

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