Pros y contras

Un país

Una persona depositando su voto en la urna.

Una persona depositando su voto en la urna. / Robert Ramos

Josep Maria Fonalleras

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Escribo a favor de un país sólido donde la lengua propia no es un arma arrojadiza sino el órgano vital para continuar siendo un país. Un país donde las desigualdades no se acrecienten hasta un límite intolerable, si es que puede haber límites tolerables para la pobreza. Un país que pueda decidir su futuro (y qué fácil es decir "decidir" y "futuro", sin saber a veces qué decir) a través de consensos y de respetos, pero sin desfallecer en un afán de continuidad de la cultura, del paisaje y de la manera de habitarlo.

Escribo a favor de un país donde no sea delito expresar unas ideas y hacerlo de manera pacífica, donde prevalezcan conceptos como civilidad y democracia, que quieren decir construcción de un ideario de progreso y persecución de todo cuanto signifique corrupción y maldad bajo la apariencia apacible de unos argumentos falaces. Un país “donde se filtrase la luz cual sonrisa amarilla, grisácea”, y también todo lo demás que añadía Carner. Un país sin prisiones injustas y con las justas tonterías aplicadas, por ejemplo, al fútbol. Un país que el domingo meteré -no sé cómo, no sé por qué- en una urna. Quizás porque es la forma más civilizada que conozco de hacerlo.

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