La Tribuna
Así será, si así os parece
Demasiadas veces se ha prometido un futuro mejor, y el cuerpo social está ya muy maltrecho y magullado como para seguir con entusiasmo la bandera de esperanza que las elecciones pretenden ondear
Josep Oliver Alonso
Catedrático de Economía Aplicada (UAB) y codirector de EuropeG.
Josep Oliver Alonso
Extraño momento. Por los confinamientos, las vacunas, las nuevas cepas y las dificultades económicas; y, ahora, por una campaña electoralque los responsables sanitarios aconsejaban posponer. Y todo ello en un ambiente social de frustración e irritación, muy distinto al de la esperanza que un nuevo Gobierno debería generar. En conjunto, pues, unas elecciones difuminadas por una cierta neblina, que se suma a la percepción de fatiga de materiales que muestra la política, porque lo sucedido los últimos años no invita al optimismo.
Primero fue una crisis financiera y social (2008-13), de una profundidad y dureza insólitas, incluso para un país como el nuestro acostumbrado a pasarlas relativamente mal. Con secuelas de las que todavía no nos hemos recuperado: brutales destrucciones de empleo, desaparición de empresas, ruptura de expectativas de los más jóvenes y de los ocupados de mayor edad, aumento de la pobreza y jibarización de los servicios públicos. Sus efectos acentuaron las angustias de la globalización y el cambio técnico, con sus conocidas presiones a la baja sobre salarios, deslocalizaciones y pérdidas de empleo de calidad, al tiempo que el imparable, y vertiginoso, envejecimiento del país traía de vuelta el fantasma del incierto futuro de las pensiones. Ninguno de estos temores se ha disipado en absoluto. Por el contrario, continúan más presentes que nunca.
Reflejando una parte incuantificable, pero no menor, de esas ansiedades, Catalunya lleva años enzarzada en una estéril discusión acerca de su futuro. No voy a restar un ápice a la importancia que el 'procés' ha tenido, tiene y tendrá en nuestro devenir. Pero sí ubicarlo en una perspectiva de más largo plazo, que ayude a comprender parte de sus raíces: un segmento muy relevante de catalanes, enfrentados a problemas de muy difícil solución y con la impagable ayuda de ciertos sectores con poder en Madrid, ha virado hacia la independencia. Un giro que, a pesar de que no está en uno de sus mejores momentos, continúa provocando un choque económico y social adicional, cuyos negativos efectos comienzan ahora a ser perceptibles. Y, finalmente y por si todo lo anterior no fuera suficiente, aparece el covid-19 y, con él, los evidentes problemas de una gestión pública deficiente y más que mejorable.
No es extraño, pues, que la sociedad catalana se encuentre abatida: sometidos demasiado tiempo a un continuado estrés, tanto en individuos como en sociedades suelen aparecer inevitables síntomas depresivos. Y aunque los gobiernos, de Catalunya y de España, se esfuerzan por levantar el ánimo de sus conciudadanos, no parece que lo estén consiguiendo: desde Madrid, los estrategas de Sánchez llenan el universo mediático de futuros esperanzadores, incluso a fuer de generarse problemas, como puede terminar sucediendo con la vacunación; desde Barcelona, el entusiasmo es, quizás, menos evidente, aunque también perceptibles los intentos de los responsables políticos por elevar el optimismo de la ciudadanía.
Pero no hay manera: demasiadas veces se ha prometido un futuro mejor, y el cuerpo social está ya muy maltrecho y magullado como para seguir con entusiasmo la bandera de esperanza que las elecciones pretenden ondear. Algo de este hastío deben haber percibido nuestros políticos: los debates de los primeros días de campaña en Catalunya han sido, para las trifulcas habituales a los que nos tiene acostumbrado el Parlament, más que moderados.
Regresarán días de agitación política y, de nuevo, de entusiasmo. Pero no se confundan: nada sugiere que en los próximos años vaya a cerrarse la creciente brecha entre gobernantes y gobernados
La clase política catalana, y la española, tiene un creciente problema de credibilidad: pocos esperan ya que pueda resolver las angustias que venimos sufriendo. Y las vacunas no van a cambiar sustancialmente el panorama, porque se ha instalado entre nosotros, para bien o para mal, una clara involución de lo colectivo y de retorno y ensalzamiento de lo personal de muy difícil corrección, que tan bien resume la conocida expresión catalana del 'ja s’ho faran'.
Regresarán días de agitación política y, de nuevo, de entusiasmo, aunque sea de corta duración. Pero no se confundan: nada sugiere que en los próximos años vaya a cerrarse la creciente, y profunda, brecha entre gobernantes y gobernados. Una grieta que, en algún momento del futuro, se traducirá en nuevas, y muy preocupantes, repercusiones en el mapa político de hoy. Observen la América de Trump o la Gran Bretaña del Brexit. O, si les parecen ejemplos demasiado lejanos, la Italia de Salvani, de la Lega Norte o de los Fratelli d’Italia. Da miedo, pero es lo que hay. Parafraseando a Luigi Pirandello: así será, si así os parece.
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