Cultura en tiempos de pandemia

El fulgor de una bengala

Un libro, un cuadro, el movimiento de los bailarines, la voz de los actores y actrices, el sonido de chelos, fagots y violines equivalen hoy a recibir una carta manuscrita en una costa desierta

Los actores, Miguel Rellán y Secun de la Rosa, en el pase gráfico de la obra de teatro “Los asquerosos”

Los actores, Miguel Rellán y Secun de la Rosa, en el pase gráfico de la obra de teatro “Los asquerosos” / José Luis Roca

Ángeles González-Sinde

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La semana anterior fui tres veces al teatro. Vi la divertida adaptación de la novela de Santiago Lorenzo ‘Los asquerosos’, con Secun de la Rosa y Miguel Rellán; asistí en el Teatro Real de Madrid al estreno del excelente espectáculo de danza de la compañía joven IT del Institut del Teatre; y el domingo rematé viendo al Ballet Nacional de España. Su nuevo director, Rubén Olmo, nos ofreció un programa de los que escasean: más de 30 personas sobre el escenario, incluidos músicos en vivo; fastuosos cambios de vestuario; coreografías clásicas y actuales perfectas. En suma, dos horas de emoción y disfrute. Salí fortificada. El flamenco, pese a ser nuestro género musical más fértil y conocido, por alguna razón no está muy presente en los medios y hay que salir a buscarlo. Y sin embargo, cuando pongo la radio y por azar suena, se me adhiere a la piel, como si esos ritmos y esas voces me apelaran directamente. Por cierto, en febrero el Ballet Nacional de España estará en Terrasa. El que pueda asistir, no se lo pierda. Participar en los rituales ancestrales que son el teatro de palabra, la música y la danza es vigorizante para el ánimo, estimula la mente y apacigua el corazón. Y más en esta pandemia que nos aísla.

Esta semana, por el contrario, no he pisado ni un patio de butacas. La pandemia se recrudece. El 98% de los madrileños vivimos en zonas con una incidencia superior a 500 casos. En mi municipio estamos casi en mil. No obstante, el segundo lugar más seguro (aparte de encerrados en casa) son teatros, auditorios y cines, donde el aforo es limitado, no puedes bajarte la mascarilla bajo ningún concepto ni puedes hablar, que es como, a decir de los expertos, más “miasmas” (en el lenguaje de nuestros bisabuelos) soltamos al prójimo. Tal vez por eso los teatros están bastante llenos, aunque veremos cómo les afectan las nuevas restricciones horarias. En Castilla y León, por ejemplo, con la bajada del toque de queda a las ocho de la tarde, quedaron suspendidas todas las funciones. En Madrid, donde casi todo se permite, una suerte de Las Vegas de la pandemia, se ha adelantado el horario y ahora vamos al teatro a las cuatro de la tarde.

Lecturas

No he ido al teatro y he leído ‘Los años’, de Annie Ernaux, unas memorias generacionales honestas y crudas como todo lo que firma esta autora, en las que Ernaux recurre al “nosotros” y no al “yo” como voz narrativa. Al acabar me preguntaba cómo recordaremos nosotros estos tiempos, con qué nos quedaremos. Me asombra nuestra capacidad de amoldarnos a las mascarillas, al toque de queda, a no reunirnos, a ver cómo comercios y bares quiebran, a las cifras diarias de fallecidos, al lavado de manos constante, a las reuniones por pantalla, a la educación sin aulas, a no viajar... Este rasgo animal adaptativo es a la vez nuestra salvación y nuestra condena, pues nos hace capaces de conformarnos con lo intolerable.

Leí después ‘Amazonas con pincel’, el interesantísimo trabajo de Victoria Combalía sobre mujeres artistas, y de tan bueno, me provocaba ganas de saber más sobre unas mujeres que ni se conformaron, ni se amoldaron nunca. Quería más datos, no tanto sobre sus carreras artísticas, sino sobre su cotidianeidad. ¿Cómo se mantiene una en la brecha? ¿Qué ocurre en esos días, en los años entre hito e hito? ¿Pudieron ganarse la vida? ¿Cuidaba alguien de ellas o eran ellas las cuidadoras? Los oficios creativos empapan cada hora del día, incluidas las del sueño. A veces en la noche surge la trama perfecta de una novela, resolvemos un problema técnico, vislumbramos claramente un hilo conductor que se escapaba.

No estás solo, náufrago

Me pregunto si lo que da valor a la cultura en estos tiempos es precisamente eso: el poso inconsciente que el creador deposita en la obra, el rastro de un sistema nervioso ajeno que por un instante toca al nuestro y lo rescata de su aislamiento con el fulgor de una bengala en alta mar. Y si no, ¿por qué seguimos acudiendo a teatros y conciertos mientras hemos abandonado los cines? ¿Nos atrae más experimentar algo vivo e irrepetible que una imagen enlatada? Un libro, un cuadro, el movimiento de los bailarines, la voz de los actores y actrices, el sonido de chelos, fagots y violines equivalen hoy a recibir una carta manuscrita en una costa desierta. Una carta que nos dice “no estás solo, náufrago, aguanta, iremos a rescatarte, saldremos adelante. Juntos”.

Suscríbete para seguir leyendo