La tribuna

Un revés para Ayuso y los populismos europeos

Aunque el asalto del Capitolio y la derrota electoral de su mentor les deja huérfanos de su principal fuente de legitimación, los 74 millones de votos que obtuvo Trump constituyen un acicate para insistir en políticas basadas en la confrontación

Isabel Díaz Ayuso

Isabel Díaz Ayuso / JUANJO MARTÍN

Andreu Claret

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Al mostrar la cara más fanática de los seguidores de Donald Trump, el asalto al Capitolio ha dejado descolocados a los populistas de derechas en Europa. También ha supuesto un revés para Isabel Díaz Ayuso, la versión castiza del trumpismo que compite con Vox en el liderazgo del populismo en España. La presidenta de la Comunidad de Madrid ha dejado para Pablo Casado la crítica al asalto. No ha dicho nada, ni siquiera en su cuenta de Twitter. No ha criticado a Trump ni lo ha defendido, pero ha seguido impertérrita con su política, aquella que el 'Frankfurter Allgemeine' resumió en exagerar, insultar, criticar. Tres verbos que definieron el mandato de Donald Trump (si le añadimos el de mentir). Con su silencio, Díaz Ayuso se ha colocado cerca de los dos principales líderes extremistas europeos en el poder, el primer ministro húngaro, Víctor Orban, y el presidente polaco, Andrei Duda, que también han cultivado el equívoco.

La calculada ambigüedad de Díaz Ayuso, inspirada por su jefe de gabinete, Miguel Angel Rodríguez, pone de manifiesto la turbación existente entre los seguidores europeos de Trump. Mientras la derrota electoral de su mentor les deja huérfanos de su principal fuente de legitimación, los 74 millones de votos que obtuvo constituyen un acicate para insistir en políticas basadas en la confrontación. Las imágenes del asalto al congreso recuerdan demasiado los oscuros años treinta como para ser defendidas por cualquier político europeo que pretenda llegar al poder. Sin embargo, los apoyos con los que sigue contando Trump recuerdan que la polarización de la sociedad tiene efectos duraderos. Sirve para deslegitimar. A Pedro Sánchez o al nuevo presidente de EEUU, Joe Biden, que se enfrenta ahora a un tremendo desafío.

Trumpismo sin Trump

La mayoría de los populistas europeos que tienen retos electorales han tomado distancias del episodio del Capitolio –cuya naturaleza golpista resulta cada día más evidente–, sin renunciar a la política que le permitió a Trump llegar al poder. La francesa Marine Le Pen, que cuenta con opciones en las presidenciales del 2022 frente a un Macron debilitado por la gestión de la pandemia fue la primera en advertirlo. Criticó la violencia de los manifestantes sin mencionar la responsabilidad de Trump en el asalto. Como han hecho sus homólogos Matteo Salvini, en Italia, y Geert Wilders en Holanda. Se trata de defender un trumpismo sin Trump. Sin las excentricidades que revelan las imágenes del Capitolio. Alejándose de las teorías de Steve Bannon, que no cuajaron en Europa, y del exotismo de QAnon, y conservando lo esencial, esto es, un relato que permita pintar la sociedad en blanco y negro.

El tiempo dirá si la derrota de Donald Trump y el final grotesco de su mandato constituyen un golpe definitivo para los populismos europeos. No lo creo. Y menos en los tiempos de pandemia y crisis económica en los que vive medio mundo. Al fin y al cabo, el acceso al poder del líder republicano y su capacidad para mantener movilizados a sus votantes, fue el resultado de una crisis social y de identidad que no es exclusiva de los obreros blancos norteamericanos golpeados por la globalización. Mientras China recupera cuotas de crecimiento espectaculares, Occidente sigue sumido en una inmensa perplejidad que crea un caldo de cultivo para la proliferación de populismos de diverso signo.

No obstante, la caída de Trump supone para todos ellos un contratiempo. No solo para los seguidores acérrimos del presidente norteamericano, como Vox, la Agrupación Nacional francesa, Alternativa para Alemania, la Liga italiana, o el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro. También desnuda a los gobernantes de Polonia y Hungría, cuya voz en Bruselas perderá peso, tras el Brexit, y coloca a la derecha tradicional europea ante un dilema que es el del Partido Popular en España. Seguir por la vía de la bronca permanente y la deslegitimación del gobierno 'socialcomunista' –que Díaz Ayuso ha impulsado con desparpajo y con un lenguaje calcado del de Trump–, o ser un interlocutor del sucesor de Angela Merkel al frente de la CDU, el centrista Armin Laschet, y de Joe Biden. Esta es la disyuntiva a la que se enfrenta Pablo Casado.   

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