La hoguera

Idiomas infecciosos

La lengua solo es un problema para esa gente obtusa que, en los dos bandos, se niega a entender

Casado

Casado / DAVID CASTRO

Juan Soto Ivars

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Dicen que el coronavirus será, como la gripe, una de esas epidemias cíclicas con las que la humanidad convive por más que haya vacuna o tratamientos para los síntomas. Vendrá cada invierno con el frío y sus mutaciones nos proporcionarán años peores y mejores. Chocará este virus que ha puesto contra las cuerdas a la economía mundial con la indiferencia con que reaccionamos si alguien dice que no viene a trabajar porque ha pillado la gripe. Cuesta imaginar que lo que hoy es una catástrofe pueda ser mañana una molestia, pero los científicos, que a veces se equivocan, nunca mienten.

Pues bien: lo mismo que con esas fiebres acostumbradas pasa con el conflicto de la lengua. El catalán y el español conviven sin problema en los hablantes, que cambian de un idioma a otro según las circunstancias y las apetencias, pero de forma cíclica nos sacude la epidemia de intransigencia que trata de llevar a la uci una coexistencia natural y afianzada. ¿Cómo demuestra que está cuerdo un hombre al que han diagnosticado loco? ¿Cómo te sueltas la camisa de fuerza? Esa desazón experimento cuando tengo que demostrar a un amigo que jamás he tenido problemas en tierras catalanas por usar de forma natural el español.

Hasta un invento diseñado para que la gente se entienda puede servir de excusa para la discordia radical. En esta ocasión el reservorio estaba en la<strong> 'ley Celaá'</strong> y la oficialidad del español en las escuelas, pero sabemos muy bien que la epidemia puede brotar en cualquier parte: en una campaña tronada contra camareras bolivianas de los integristas de Santiago Espot, en una alocución parlamentaria de la derecha madrileña contra la inmersión lingüística y sus reacciones histéricas a este lado, en un petimetre que aparece en un programa y dice que en Barcelona no te atienden en las tiendas si no hablas catalán.

Cada vez que alguien atiza la lengua, la mecha absurda prende. Y el resto, a pisotones, repitiendo por enésima vez que la lengua solo es un problema para esa gente obtusa que, en los dos bandos, se niega a entender.

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