Un éxito póstumo

Ernest Lluch, ETA, Bildu

La actitud de Iñarritu en el Congreso da la razón al político asesinado hace 20 años

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Marçal Sintes

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Al leer las respuestas de Rosa Lluch, hija de Ernest Lluch, en una entrevista periodística concluí de inmediato que estaba siendo fiel al pensamiento y a la acción de su padre. Explicaba Rosa Lluch que es un éxito que Bildu negocie con Pedro Sánchez. Porque, añadía, los de Bildu han dado la espalda a la violencia, han elegido la vía pacífica y trabajan en pro de políticas que, más allá de la cuestión territorial, buscan mejorar la vida de la gente, de toda la gente. 

Que poco después, Jon Iñarritu, de Bildu, condenara con firmeza el asesinato en 2009 del guardia civil Diego Salvá, hijo del diputado de Vox Antonio Salvá, debía satisfacer a Rosa. Porque ese gesto les volvía a dar la razón tanto a su padre como a ella. La palabras de Iñarritu se produjeron después de que el diputado de Vox se refiriera al atentado contra su hijo, cuyo vehículo ETA hizo explotar.

¡Gritad más, que gritáis poco, gritad más, porque mientras gritáis no mataréis, y es buena señal!, desafió Lluch a los que le abucheaban en San Sebastián -la ciudad que tanto amaba- durante un mitin en 1999. Él era desde años atrás un activista a favor del diálogo y contra de la violencia etarra, cosa que no le perdonaban. Tampoco le perdonaron el  incidente en el mitin de San Sebastián, quizá, como se ha dicho, la gota que colmó el vaso a ojos de los terroristas. Lo asesinaron al año siguiente. Hace unos días se cumplieron veinte años.

Recuerdo perfectamente la noche en que mataron a Lluch. Yo me había acostado pronto. Sonó insospechadamente el teléfono. Era un amigo que sabía que yo había estado trabajando en un libro-entrevista con el exministro. Lo habían matado en el garaje de su casa, la misma en que nos reuníamos para nuestro libro.

El libro-entrevista, que habíamos empezado en 1996, acabó apareciendo un año después de la muerte de Lluch gracias al apoyo de su familia, que además cedió un puñado de valiosas fotografías para ilustrarlo. En una, por ejemplo, vemos a Lluch (con 18 o 17 años) compitiendo en una carrera de atletismo en el Estadio de Montjuïc; en otra, posa satisfecho junto a sus hijas, mientras que en una tercera se le ve en Anoeta, con motivo de un encuentro entre la Real i el Barça.

Ernest Lluch, el Ernest Lluch que yo traté, era un tipo de una elegancia natural, espontánea y no buscada. Un poco despistado, y para nada atildado (no sé por qué, cuando pienso en él, me viene Walter Mathau a la cabeza). Inteligente, muy inteligente, y culto. Realista, escasamente sectario. Su talante era liberal, y también no pocos de sus puntos de vista. Curioso al extremo, optimista, y con ideas propias y originales -a veces, muy originales-, que era capaz de defender sin que le temblara ni una ceja. Podía subrayar que esto o aquello él ya lo había dicho, para, un instante después, reconocer que en tal otra cuestión, en cambio, se había equivocado del todo.

Era muy amable y exquisitamente educado, y mantenía siempre una civilizada distancia. Eso sí: como me recalcó más de una vez, detestaba profundamente a los perezosos y a los gandules.

El libro lleva por título 'Qué piensa Ernest Lluch' y fue publicado en catalán y castellano por las editoriales Proa y Dèria. En el momento de nuestras conversaciones, Lluch estaba convencido de que el declive de ETA la conduciría a unas negociaciones y de ahí al final. Para él, que conocía muy bien los detalles de las viejas negociaciones entre el gobierno de Felipe González y la organización terrorista en Argel, el primer paso era que dejaran de matar. En cuanto a concesiones políticas, opinaba que pocas podían hacerse. Y ponía el ejemplo de Navarra: "La mayor parte de navarros no se quiere unificar con el País Vasco".

Su visión de Catalunya

Admirador y a la vez crítico con Jordi Pujol, se sentía muy próximo a Pasqual Maragall y Joaquim Nadal. Avizoraba incertidumbre y complejidad en el futuro de Catalunya. "Al ser una comunidad tan pequeña, haría falta una cosa difícil de obtener: ser una comunidad muy abierta y muy cerrada al mismo tiempo". Le pregunté también sobre lo que podía suceder si un día el Parlament votara a favor de la independencia: "No se declararía la independencia. Sin embargo, que el Parlament de Catalunya ejerciera el derecho a la autodeterminación sería un hecho imparable. Sería algo muy gordo, no me lo puedo imaginar".

A Lluch le habían estado amenazando los etarras. A veces, algunos amigos suyos con responsabilidades en los cuerpos policiales le habían advertido de que se anduviera con cuidado. Pero nunca quiso renunciar al País Vasco. "Creo que si ahora dejase de ir sería como dejar que ganaran una pequeñísima batalla, del 0,0001 por ciento. Si ahora no fuese, se me caería la cara de vergüenza".

*Periodista. Profesor de la Facultad de Comunicación i Relaciones Internacionales Blanquerna (URL).

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