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La saga de los Oliu

El Sabadell inició hace años la carrera del crecimiento, pero no la ha podido culminar

Sabadell bank's Executive Chairman Josep Oliu delivers a speech during the annual shareholder meeting in Alicante

Sabadell bank's Executive Chairman Josep Oliu delivers a speech during the annual shareholder meeting in Alicante / HK/DEG

Joan Tapia

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En septiembre se anunció la fusión CaixaBank-Bankia que consolida a CaixaBank como el primer banco español. Esta semana <strong>se negocia una segunda fusión por absorción entre el BBVA y el Sabadell</strong>. Y así el BBVA, con 596.000 millones de activos en España, quedaría muy cerca de los 628.000 de CaixaBank.

El Sabadell era un banco local que se caracterizaba por una dimensión reducida y una excelente gestión. Recuerdo que en mis primeros años de periodismo (sobre 1973) me invitaron a la presentación de resultados. El banco me era casi desconocido y noté con sorpresa que según la memoria (ciclostilada) habían ganado 800 millones (de pesetas). Le dije al directivo que tenía al lado que casi igualaban a la muy famosa Banca Catalana, que en sus anuncios presumía de tener una jardinera japonesa. Quizás les convendría algo más de imagen. Y Joan Oliu, el padre de Josep Oliu, que era director general adjunto y vestía como un austero contable, me cortó: “¿Imagen? Para eso ya está Banca Catalana”. Supe después que el director general (Monràs) usaba el autobús para ir de Barajas a Madrid, una excentricidad para algunos selectos banqueros que acabaron mal.

El Sabadell era pequeño pero matón y el único que salió vivo de la crisis de los bancos catalanes de los años 80. En 1999 su presidente Joan Corominas, del textil, cedió la presidencia a Josep Oliu (el hijo de Joan) que fue uno de los primeros licenciados en ampliar estudios en Estados Unidos (Vidal-Folch les bautizó 'minesotos'), catedrático y directivo del INI cuando la reconversión. Y Oliu quiso hacer de aquel pequeño banco, cuyas acciones no cotizaban en bolsa pero eran muy solicitadas, uno de los grandes. Intuía que la dimensión sería condición de la eficacia.

Antes de salir a bolsa (2001), el Sabadell compró el Herrero y el NatWest y en el 2003 absorbió el Atlántico que era mucho más grande. Luego el Urquijo, el Guipuzcoano… hasta una docena de compras en 20 años. E incluso aprovechó la crisis del 2008 para crecer, con garantías del Banco de España, tragando la Caja de Ahorros del Mediterráneo.

Oliu pedaleaba sin cesar. Sabía que tenía que estar entre los grandes para sobrevivir independiente. En el 2015 compró el banco escocés TSB, pero vino el 'brexit' y la digestión fue pesada. En el 2017 se le escapó el Popular, que Oliu había perseguido y que el Santander acabó absorbiendo en catástrofe.

Ya era uno de los cinco grandes, pero ya no podía crecer. Bankia era imposible pues el Estado habría sido el primer accionista (no ha pasado en CaixaBank por el peso accionarial de la Fundación la Caixa). Este año la caída de las cotizaciones (mayor en el Sabadell), y el miedo al aumento de la morosidad por la pandemia, han llevado a los reguladores (Banco de España y BCE) a presionar para las macrofusiones. La dimensión como garantía de futuro.

Y el Sabadell se había quedado sin parejas de baile a conquistar. Por gestión y resultados podía seguir soltero, pero era ir contra el viento y los reguladores. Y le ha sacado a bailar el BBVA, que multiplica por 10 su valor en bolsa.

Oliu emprendió pronto y con empuje la carrera, pero no la ha culminado (hace años se torció una aproximación a la Caixa). Y es curioso que el BBVA, pionero de la modernización desde los tiempos de Sánchez Asiaín en el Bilbao, haya decidido vender su banco americano para comprar el Sabadell. La internacionalización es -dicen- el futuro, pero en tiempos de tribulación, parece que CaixaBank y el BBVA ven más interesante el mercado interno español.

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