DOS MIRADAS

Compasión

La beatificación en la Sagrada Família ni era urgente ni era un bálsamo para un presente tan doloroso

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Emma Riverola

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Los actos religiosos están permitidos con una limitación del 30% del aforo. Bajo esta premisa, Procicat autorizó la beatificación de un joven asesinado en la guerra civil. El acto se celebró en la Sagrada Familia y congregó a unas 600 personas. Ahí están las imágenes: mientras teatros y cines siguen con las puertas cerradas, el templo expiatorio acogía a centenares de obispos y seglares. 

Vivimos días terribles. La desesperación hace mella en los que se enfrentan a la ruina. Las medidas para frenar el contagio son dolorosas y en ellas subyace un dramático dilema: enfermedad o miseria. Permitir los actos religiosos puede comprenderse como un bien social, un refugio para creyentes. Pero esa beatificación nada tiene que ver con un cobijo en momentos de miedo. Ni era urgente ni era un bálsamo para un presente tan doloroso. Más bien todo lo contrario. La incomprensible escenificación de un privilegio. Una afrenta para tanta impotencia. Si el teatro está cerrado, lo está para todos. También para las representaciones privadas. El acto quizá era legal, pero la Iglesia ha cometido una imperdonable falta de compasión.