Análisis

Salvar la democracia del 'sesgo de ecuanimidad'

Debemos dejar de tratar por igual a aquellos discursos abiertamente contrarios a la democracia y aquellos que son compatibles con ella

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Berta Barbet

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En uno de los primeros episodios de la serie 'The Newsroom', el presentador del telediario les dice a los periodistas que trabajan para él que deben evitar el 'sesgo de ecuanimidad'. ¿Cómo se puede estar sesgado hacia la ecuanimidad? -preguntan estos. Y él les habla de una frase atribuida a Jonathan Foster sobre como si dos grupos tienen visiones sobre un fenómeno, los medios no deben comunican las dos visiones, deben salir comprobar cuál de las dos visiones tiene la evidencia empírica a su favor. “Si el partido republicano propusiera que la tierra es plana, los periodistas titularían: demócratas y republicanos no se ponen de acuerdo sobre la forma de la tierra”, les resume Will McAvoy a sus compañeros.

No creo que Aaron Sorkin imaginara que el debate político giraría en torno a si debemos parar el recuento de los votos emitidos en las elecciones. Pero es una escena que nos ayuda a entender las últimas 48 horas y que nos hayamos llegado a preguntar cómo podía ser que los demócratas hubieran llamado a votar por correo si eso le iba a dar una excusa a Trump para no aceptar el resultado. Recordemos que estamos en pandemia y que el voto por correo hace años que funciona, con sus variaciones, en las elecciones americanas. No tiene ningún sentido que una campaña se plantee evitar métodos de voto válidos y legítimos porque uno de los candidatos es incapaz de aceptar las normas. En unas elecciones democráticas, las normas están claras desde el principio y se cuentan todos los votos emitidos si las han respetado. Es difícil entender qué argumentos podrían darse para justificar cualquier otra postura.

Tendremos tiempo para analizar con calma cómo puede ser que Trump haya conseguido movilizar hasta tres millones de votos nuevos. Sobre los motivos por los que ni el covid, ni la falta de desarrollo de muchos de sus proyectos, ni los abundantes escándalos de su Casa Blanca han desgastado su base. Tendremos tiempo de analizar sobre cómo el sistema bipartidista de Estados Unidos parece haberse traducido en una profunda división entre dos formas de entender el país, la sociedad y la vida, difícilmente reconciliables.

Pero creo que antes de abrir estos debates debemos reflexionar sobre cómo se ha podido debilitar tanto la democracia en un país que había hecho de ella su bandera. Los intentos de deprimir el voto en zonas pobres o con minorías, el uso de amenazas casi violentas en actos electorales y la falta de respeto a las normas del juego seguramente no se entienden sin la polarización existente, pero no son, ni mucho menos, algo inevitable en un país dividido. Las diferencias políticas y el debate entre propuesta forman parte de la democracia. Es cierto que las divergencias muy profundas complican la generación de consensos y la gobernanza. Pero estas diferencias no deberían poner en riesgo el pluralismo y el funcionamiento de la democracia.

Como explican Levitsky y Ziblatt, lo que hace que las democracias mueran es romper los principios de tolerancia mutua y restricción institucional. Es normalizar el uso de cualquier elemento y discurso si sirve para imponerse al rival, incluso cuando es evidente que jamás lo aceptarías si la situación fuera al revés. Una normalización que algunos llevan muchos años trabajando a través de sofisticadas técnicas de comunicación que el resto nos hemos estado comiendo sin hacer nada por evitar. Debemos recuperar el control del debate y las formas de hacer política y comunicación. Debemos acabar con el 'sesgo de ecuanimidad' que nos hace tratar por igual aquellos discursos abiertamente contrarios a la democracia y aquellos que son compatibles con ella.

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