AL CONTRATAQUE
Longevidad excesiva
Daniel Osàcar se cansó de mantener cerrada la boca cuando sus antiguos jefes consideraban deseable que se llevase a la tumba lo que sabía sobre la financiación delictiva de CDC
Antonio Franco
Periodista
Antonio Franco
Aunque casi todo el mundo considera positiva la mejora de la esperanza de vida que hemos conseguido gracias a la medicina, la alimentación racional y el cuidado del cuerpo, entre los que pululan por los restos del derribo de la Convergència de Jordi Pujol quizá hay personas que la lamentan. No puedo decir que nadie desee la muerte de nadie (no tengo prueba), pero si el Señor en su bendita benevolencia hubiese tenido a bien llevarse a algunos al reino de los cielos con mayor diligencia determinados supervivientes estarían más tranquilos.
Daniel Osàcar, 85 años, extesorero de CDC, sin tanta longevidad tendría en su momento un entierro más cálido (y tal vez incluso con alguna condecoración póstuma) que el que probablemente le dispensarán sus compañeros de partido. Aunque quede feo decirlo viviendo un poco menos les habría prestado un gran servicio más. Su longevidad le ha dado la oportunidad de cansarse en vida de mantener cerrada la boca cuando sus antiguos jefes consideraban deseable que se llevase a la tumba lo que sabía sobre la financiación delictiva de CDC. ¡Tantos años en política dedicado a anteponer la protección a sus jefes a la teórica prioridad de proteger la defensa de los ciudadanos, y al final les decepciona! ¡Porque no acepta ir a la cárcel para que sus jefes puedan quedarse fuera! Algunos incluso deben pensar que es un egoísta por colaborar con la justicia contando la verdad.
Artur Mas, su jefe hasta ahora amigo, arquea las cejas. Pero resulta que Osàcar echa en falta que en vez de dedicarle tantas alabanzas por su fidelidad no toque las teclas de los buenos tiempos. Pero esas quedaron lejos de su alcance tras el 3% y sus drásticos recortes a la sanidad catalana, esos que nos dejaron desprotegidos para el caso de que llegase una pandemia. Vale la pena subrayar, sin embargo, que Osàcar, que se sepa, no canta sus melodías por un rechazo ético a aquellos tijeretazos. No nos da ese consuelo. El encubrimiento finaliza por una causa más prosaica: el abuelete que no falleció en ningún geriátrico desasistido aspira a vivir en libertad. Lo mismo que el jefe protegido hasta ahora por sus silencios.
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