Opinión | Editorial

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El culebrón del 'caso Mainat'

El asunto despierta interés informativo, pero hay que evitar el acecho constante a la intimidad y dejar que los tribunales resuelvan

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Un culebrón. Seguramente no hay otra manera de definir la serie de circunstancias que han acaecido en el entorno del conocido productor de televisión (Gestmusic) y exmiembro de La Trinca, Josep Maria Mainat, desde que se supo que fue víctima de una hipoglucemia posiblemente provocada por un exceso de insulina, presuntamente a cargo de su mujer, Angela Dobrowolski. Esta fue la primera denuncia, presentada por su hijo, Pol Mainat, a finales de junio. A partir de ahí el caso se ha ido complicando hasta extremos esperpénticos y ha servido de carnaza para la prensa amarilla, en especial la televisiva, que ha convertido una delicada situación familiar en un auténtico serial

Es cierto que las denuncias entre los cónyuges han proliferado en ambas direcciones (desde violencia de género a coacciones, interpuestas contra Mainat, a falsificación de cheques y lesiones leves, aparte del supuesto intento de asesinato, contra Dobrowolski), con detenciones, libertad con cargos, convivencia de la pareja aun después del tenebroso asunto, acusaciones diversas de calibre grueso, y la aparición de una extraña pareja en la casa familiar, con show sobrevenido y más denuncias de violencia machista y de hurto. Ingredientes, todos ellos, que, unidos a la personalidad de Mainat y a sus vínculos con el sector audiovisual, han conformado un menú demasiado goloso para quienes aprovechan la menor ocasión para abalanzarse sobre la vida privada de personajes famosos. La batalla que en su día enfrentó al cofundador de Gestmusic con Mediaset, y más concretamente con Paolo Vasile, consejero delegado de Telecinco, explicaría también la desmesurada cobertura que está realizando esta cadena sobre el caso. 

Conviene, ante todo, preservar la integridad de los menores involucrados, y hacer un llamamiento para que el embrollo se resuelva en los tribunales y no en las acaloradas tertulias de tarde y en el acecho constante a la intimidad. Los delitos que pueden haberse cometido -una labor que tendrán que dilucidar los jueces- son de suficiente calado como para no entrar en el terreno de la frivolidad y el vodevil, que es a donde ha llegado el caso los últimos días.